Los botijos de Franco

A mí me gusta el agua botijera por ese sabor a barro, el frescor natural del líquido elemento

Hace años, un amigo afecto al régimen anterior me comentaba que a Franco le gustaba mucho el agua de botijo y beber "a morro", y que en las amplias habitaciones de El Pardo había mandado colocar más de dos docenas estratégicamente situados para que su excelencia pudiese calmar la sed, sin tener que esforzarse, cuando deambulaba como un fantasma por estancias privadas. De los botijos del dictador y de su afición a empinar el codo -nunca mejor dicha expresión, aunque en este caso se trate de agua del grifo, que por cierto en Madrid es muy buena- lo escribió aquel político de nefasta època, Silva Muñoz en sus memorias.

En los consejos de ministros, que la mayoría de ellos, por no decir todos, eran monótonos, largos y tediosos hasta decir basta, nadie se levantaba a hacer pis, ni a nada, acción muy normal y más en hombres mayores que de próstata podían estar tocados. Los ministros llegaban al heroísmo personal para aguantar hasta el final sin haber ido a evacuar aguas menores y más de uno se vio obligado a salir de la reunión a "paso de banderillas" y musitando, desde el espanto y temeroso, un respetuoso: "Es una urgencia, don Francisco, es una urgencia"

Las reuniones del dictador, que por cierto él sí estaba bien de la próstata, eran ascéticas, castrenses, y casi espartanas, no se servían canapés ni otras "frivolidades" gastronómicas. La ruindad y mezquindad de Franco traspasó fronteras. Un mandatario austero y miserable donde los hubiese.

El ritual del botijo era siempre el mismo: los ordenanzas colocaban los adminículos llenos en la parte externa de las ventanas para que el agua estuviese siempre fresquita, todo ante su atenta e inquisidora mirada. Todo era muy solemne y protocolario y estaba muy mal visto, ante el dictador, beber a morro. Manuel Fraga Iribarne, a la sazón ministro de Información y Turismo. El impulsor de aquel slogan que pululaba por medio mundo, "Spain is different", y que llenó las costas, principalmente, de rubias nórdicas, lo intentó en una fatídica ocasión, porque era, dentro de lo que cabía, el joven modernista, pero la mirada airada y atravesada del dictador paralizó la mano del ministro y heló su sonrisa.

A mí me gusta el agua botijera por ese sabor a barro, el frescor natural del líquido elemento y ese equilibrio y galanura que hay que mantener cuando vemos salir y llegar el chorrito desde lo alto.

¡¡Vamos un placer!!

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