No seamos burros

Tardamos segundos en decidir intuitivamente y vidas en elegir razonadamente

Ejean Buridan, teólogo escolástico del siglo XIV, prestó involuntariamente su nombre a una paradoja que sigue aún hoy vigente. "El asno de Buridan" hace referencia a la hipotética situación de un burro que, muerto de hambre, se enfrenta a dos montones idénticos de paja. El pobre animal, incapaz de elegir por cuál empezar, acaba muriendo de inanición. De acuerdo, sabemos que los cuadrúpedos en general son bastante más listos que eso. ¿Pero qué me dicen de los bípedos? ¿A cuánta gente no conocen o cuántos no se reconocen en el brete de tener que decidir entre dos opciones (aparentemente) muy similares? La paradoja alude al grupo de personas que son incapaces de tomar una decisión y acaban perdiendo todas las oportunidades.

Y es que la indecisión es un mal eminentemente humano. Están estudiados y mesurados los escasos segundos que utiliza nuestro cerebro primitivo en tomar cualquier decisión. El lío viene cuando la corteza cerebral, la parte evolucionada, acude presta a complicarlo todo. El panorama empieza a enfangarse con sucesivas pátinas de razonamientos en un sentido y en el contrario. Y la madeja empieza a hacerse un lío. Y eso, en mayor o menor medida, nos pasa un poco a todos. Pero a algunos y algunas (esto, como todo, es paritario) les sucede mucho.

Ese grupo de humanos, de córtex cerebral tendente al lío, se bloquean ante la toma de decisiones y rezan, ruegan o suplican para que el embrollo se arregle por sí mismo. Y esto casi nunca pasa y si ocurre suele aparejar consecuencias mucho peores que las resultantes de haber tomado cualquiera de las decisiones precedentes. Pero además observamos otro fenómeno. Los que rodean al indeciso se van quemando. Y la incineración es proporcional al grado de cercanía del individuo a estudio. Los maridos y esposas de estos sujetos son los que acaban más carbonizados, claro. Pero también los sufren hijos, padres, amigos y compañeros de trabajo. Todos estos satélites del indeciso sufren las consecuencias de su incapacidad y acaban teniendo que tomar las riendas de la situación. Pero ahí no acaba a cosa. Porque suele ser frecuente que el indeciso ni reconozca ni agradezca el esfuerzo de quien viene a quitarle el marrón.

En cualquier caso, como psiquiatra, creo que toda actitud es susceptible de corregirse, por supuesto. Recuerden que el asno la diñó por no elegir. Así que arriésguense, seguro que salen vivos de su decisión.

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