Los buzones

Hoy, las cabinas no suenan y los buzones tampoco se llenan de tarjetas navideñas

Mi buzón del bloque era una caja de sorpresas. Especialmente por Navidad, cuando esperábamos las cartas de felicitación que nos enviaban los amigos eclipsando el amargor de las otras que contenían facturas. Durante los días de Navidad se llenaba la panza del buzón con las respuestas de las enviadas, previamente. Eran cientos de ellas, recuerdo. Nos sentábamos en la mesa de la cocina toda la familia y, bajo el texto personalizado que escribían los mayores, firmábamos los niños. Era una tradición bien hermosa. A los días esperabas con ilusión las respuestas que tenían un significado de mantenimiento de amistad y cariño. E incluso, nuevas noticias. Desde la ranura del buzón se delataba que habían llegado muchas tarjetas que, al abrir la puertecilla, caían sobre ti como una lluvia de confeti. Eran numerosos sobres, con una dirección escrita a mano con tinta de bolígrafo, y en cuyo interior aparecían brillantes tarjetas de Navidad que representaban diferentes escenas: pueblos de casitas de madera, nevadas e iluminadas por luces doradas. Otras traían animales, para los renos era temporada alta. Recuerdo con ternura las de los niños que, formando un grupo, representaban estar cantando villancicos ya que todos tenían las bocas abiertas en forma de coro. Vestían bien abrigados con ropas de lana de colores verdes, rojos y la estrella de la navidad adornando el borde del cuello del jersey de punto. Las estampas eran infinitas, eran hermosas. Contenían la dedicación humana al haber premeditado todo el proceso de la felicitación: desde la selección de las mismas hasta escribir el texto individualizado concluyendo con el sello que se pegaba tras humedecerlo con la lengua donde se te quedaba ese otro sabor a Navidad. El sabor a pegamento del sello. Hoy el buzón está tan huérfano como las cabinas de teléfono que aún quedan por las calles abandonadas, sin aparato, pero colgando de ellas el recuerdo de que un día fueron el hilo de unión de seres queridos. Hoy, las cabinas no suenan y los buzones tampoco se llenan de tarjetas navideñas. Por el contrario, tenemos el Whatsapp, cual buzón abierto permanentemente por el que se cuelan cientos de felicitaciones, que se agradecen, por su puesto. Pero, parece haberse perdido la relevancia del cariñoso gesto por el desorden del envío. Te llegan de cualquier manera. Muchas sin texto alguno esperando a ser complacidos con abrirlas y ver un vídeo, muchas veces reenviado. ¿Significado de pereza?¿Cuándo hallaremos romanticismo en este sistema?

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