Entre aquellas ruinas, lucía aún más hermosa que en el interior del templo donde la erigieron por primera vez. Su melena al viento, su desnudez cubierta por una seda, su belleza altiva, no se había deteriorado, aunque aquellos que un día la buscaron con pasión, hoy vivían de espaldas a ella, olvidadizos. Presidió palacios, ilustró libros, y hasta los más humildes, tenían de ella una estampa guardada como un tesoro. A lo largo de la historia fue rebautizada una y otra vez, siempre en femenino, como todo deseo confesable de los hombres, y como no podía ser de otro modo, siendo mujer. Su fuerza, su belleza y su inteligencia, había permanecido inalterable con el paso de los años. A veces se encontraba cansada, decepcionada y apática, sola en aquel desván de la casa que un día la albergó y que su dueño mostraba ufano a toda persona que se acercase a ella. Hoy la casa estaba en ruinas, su mentor pasó a mejor vida, y nadie se fijaba en aquel cuadro inmenso colgado sobre la única pared que permanecía intacta. A pesar de los años que habían transcurrido, el tiempo no había dejado huella sobre su rostro, ni sobre su cuerpo, pero estaba cansada, muy cansada. Pensaba entristecida, que no era fácil pasar de ser la piedra angular sobre la que pivota el mundo, a ser considerada una piedra en el camino para los ambiciosos, para personas sin escrúpulos, para quienes lo que representa no es más que un obstáculo para conseguir sus fines. Sabía que hoy en día, sus hermanas presidían museos y se alzaban monumentales en algunas ciudades del mundo, siendo algunas de ellas las más admiradas y fotografiadas de la historia, pero se preguntaba: alguna de aquellas personas estaría dispuesta a luchar en su nombre, a arriesgar sus vidas? La respuesta quedó en el aire, como tantas preguntas incontestadas a lo largo de su vida. Ella siempre fue una imitación, una hermana menor de aquellas que presidieron la cultura griega, y que se dispersaron por el mundo. Ahora solo eran pegatinas, panfletos, máscaras de quita y pon, pero no por eso perdía la esperanza de que todo volviera su ser, de volver a ser admirada, de alzarse altiva sobre la cima de algún monte o ser el faro de cualquier ciudad: "pongamos que hablo de New York". Hoy, solo aspiraba a presidir la pared semiderruida de la morada de aquel, que en los tiempos en que ese gesto suponía comprometer su vida y su libertad, la mostraba orgulloso a todo aquel que se le acercaba. Ella: la libertad, la justicia, la sabiduría, era todas y una sola, era inmortal, no tenía forma, solo esencia, ideales, valores invisibles a los ojos de muchos seres humanos que vivían de espaldas, camuflados bajo su imponente sombra. Cerró sus ojos, y se reencontró con él, que le sonrió agradecido y orgulloso de haberla defendido hasta su último suspiro.

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