Metafóricamente hablando

La caída de los dioses

Atenas no necesitó enemigos más fuertes o inteligentes para conseguir lo que parecía imposible

Un ruido sordo comenzó a sonar en la estancia, entraba por las ventanas entornadas, y curiosa se acercó a la galería que daba a la calle pudiendo comprobar que procedía de una muchedumbre que bajaba enardecida en dirección al Ágora. Nadie sospechaba que esos momentos serían los últimos estertores de un imperio aparentemente invencible, que inexorablemente caería días después, como una torre de naipes empujada por el viento. Atenas la fastuosa, la poderosa, la cuna de la cultura, la filosofía y la democracia, la de los dioses inmortales que impasibles contemplaron su holocausto, cayó por la idiocia de sus ciudadanos. No necesitó enemigos más fuertes o inteligentes para conseguir lo que parecía imposible, fue la propia democracia la que la hundió, víctima de una falsa idea de sí misma. Unos dos mil quinientos años después, desde la pared acristalada de un rascacielos, se podía observar cómo se reproducía una escena similar, casi como un "corta y pega" actualizado de aquellos aciagos días en que Atenas sentenció su destino. La capital del imperio era tomada por una turba que en nombre de la democracia, la negaba hasta el paroxismo, y ante la mirada atónita del mundo, entre gritos, golpes y amenazas, en nombre de la libertad, la negaban a quienes la ejercían en sentido distinto a lo que ellos pensaban. La diosa griega que sobrevivió al kaos, desde su lejanía, rememoraba otros tiempos pretéritos, y temblaba de ira de forma ostensible, a pesar de estar esculpida en un níveo mármol frío. El poderoso homo sapiens, cíclicamente renacido de sus cenizas, mostraba una vez más su falta de inteligencia y de perspectiva histórica, de nuevo, como la rueda sobre la que da vueltas un hámster encerrado en su jaula, repetía sus errores con toda naturalidad. Un escenario similar, a miles de años de distancia, se divisaba en el mapa del continente americano, la diosa que seguía observando atónita el curso de la historia, no salía de su asombro. Comparaba las escenas que se estaban produciendo, con aquellas que acabaron con sus pétreos huesos por los suelos, y estaba convencida de que la historia de la humanidad era tan predecible, como su propia extinción. Mientras, en la calle la muchedumbre seguía gritando desaforada: lo que no me gusta, hay que erradicarlo!!. Tranquilamente bajó del Olimpo y con un rayo certero, fulminó todo cuanto veían sus ojos, a ella tampoco le gustaba la estupidez humana, para que esperar a que se inmolara sola?.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios