Libre Mente

fERNANDO COLLADO RUEDA

Cuando todo cambia

No elegimos cuándo nos perdemos pero sí podemos escoger hacia dónde dirigimos nuestros nuevos pasos

Sucede en ocasiones que, de repente, nuestro mundo se da la vuelta. La enfermedad, imprevisible pero siempre expectante, asalta nuestras vidas descaradamente. En este instante todo cambia a nuestro alrededor. Los cimientos que sostienen nuestra existencia se ven sacudidos con inusitada violencia. Y todo, desde lo más intrínseco de nuestra vida hasta lo más superficial, adquiere un significado distinto.

Comienza primero despertándose el miedo más primigenio del ser humano, la muerte. La posibilidad cercana de dejar de existir nos deja a merced de la incertidumbre. El mito de la inmortalidad, alimentado desde la infancia se resquebraja ante nosotros mientras nos preguntamos perplejos si esto no debería estar sucediéndole a otro.

Luego la pérdida de identidad. Las limitaciones que impone la enfermedad grave, la comparativa entre lo que fuimos y lo que somos nos sitúan en el límite de nuestro propio yo y desdibujan nuestra imagen.

Así las cosas, casi sin percatarnos, acabamos gestando un duelo. Una vez oí a un viejo paciente murmurar que a la playa del Duelo siempre se llega naufragando desde el mar de la Pérdida. Y no le faltaba la razón. El duelo no sólo es perder a un ser querido, el duelo es, en realidad, perder todo aquello que amamos. Y de ese modo al sufrimiento físico de la enfermedad se une el dolor emocional del duelo. La ira, la rabia, la tristeza, incluso la envidia se acaban convirtiendo en nuevos compañeros de camino. Las primeras avivan la impresión todo resulta muy injusto; la tristeza nubla el horizonte; la envidia rompe en jirones las risas de los desconocidos que nos cruzamos.

Y a pesar de todo así ha de ser. Es necesario llegar en este estado al duelo para poder poner toda nuestra psique al servicio de la reelaboración. Es preciso que el dolor físico y el emocional se fusionen para poner todas nuestras capacidades al servicio de un nuevo significado. Es preciso naufragar para volver a encontrar un nuevo rumbo. Este será nuestro momento más importante. Así es como acabaremos encontrando un nuevo sentido a nuestra existencia, un nuevo objetivo que perseguir. Y de ese modo, con un nuevo por qué, podremos afrontar las nuevas circunstancias que nos rodean.

No elegimos cuándo nos perdemos pero sí podemos escoger hacia dónde dirigimos nuestros nuevos pasos. Y si tenemos dudas siempre tendremos cerca un mapa, un compás y una brújula.

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