Apartir del sábado volverán a las calles de toda España las sonrisas, muecas y gestos que la mascarilla ha tenido amordazados desde hace casi un año y medio. Quién nos iba a decidir, cuando la pesadilla empezó en marzo de 2020, que íbamos a pasar tanto tiempo con una parte de nuestros rostros oculta. Quizás una de las cosas buenas del uso generalizado y obligatorio de la mascarilla, además de las obvias relacionadas con la salud pública, es que en este tiempo hemos desarrollado una capacidad, hasta ahora desconocida por muchos de nosotros, de expresar y captar sentimientos y emociones a través de nuestras miradas. Recuperar la normalidad es quitarnos las mascarillas en la calle, pasear por los parques a cara descubierta, o disfrutar del viento y el sol en todo nuestro rostro. Pensábamos que no podríamos resistir la mascarilla en los tórridos meses de verano, que nos impediría respirar o nos produciría angustia, y sin embargo la inmensa mayoría hemos cumplido escrupulosamente con las indicaciones de las autoridades sanitarias. Pero que gusto nos va a dar respirar el aire del Mediterráneo sin la interposición de esos trozos de tela que ya siempre permanecerán en nuestra memoria colectiva y personal.

El éxito de que ello sea así es de todos, desde las autoridades sanitarias en todos los niveles de la administración hasta cada uno de los millones de personas que hemos demostrado responsabilidad y solidaridad con el conjunto de la sociedad. Como también es un éxito colectivo que a finales del mes julio vaya a haber en España 25 millones de personas vacunadas, en un proceso que está siendo modélico, por su organización y por la profesionalidad y dedicación de los sanitarios que nos están administrando el medicamento. Por eso el pasado sábado sentí auténtico orgullo y admiración de los profesionales de la sanidad y de la modélica organización de todo el procedimiento, cuando recibí la primera dosis de la vacuna en el pabellón de deportes Infanta Cristina de Roquetas. En relación con la pandemia y su gestión ha habido decisiones criticables, aciertos y errores, enfrentamientos innecesarios y mucha más polarización y politización de la que era aconsejable y necesaria. Pero al final va ser cierto que entre todos hemos vendido al virus, que juntos somos muy fuertes, y que nos podemos sentir orgullosos de lo que hemos conseguido, y eso también conviene decirlo a cara descubierta.

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