La cuarta pared

Esta casa es una ruina

Cuando se vive con cuatro muebles desvencijados, y sin apenas condiciones de habitabilidad, cuerpo y mente se acaban acostumbrando

Esta semana me ha tocado hacer uno de esos trabajos menores que de vez en cuando se presentan de forma inesperada. No todo va a ser hacer museos y terminales de aeropuerto. Y aunque a estas alturas uno piensa que ya está curado de espantos, la realidad a veces te deja con los pies colgando.

Para aquellos que hayan visto la simpática película que da título a este artículo, tal vez puedan hacerse una equivocada idea preconcebida sobre lo que hoy he vivido. En la película, Tom Hanks y Shelley Long interpretan a una joven y exitosa pareja de clase alta a los que la vida les sonríe y que se embarca en una motivadora y emocionante reforma de la mansión que acabará siendo su casa. Huelga decir, que la experiencia casi acaba con ellos pasando por momentos de absoluta tensión en una desternillante comedia romántica de final feliz.

Pero lo de hoy ha sido otra cosa muy distinta. Nos ha tocado visitar un viejo edificio para inspeccionar que se encuentra en un estado de notable deterioro. Es un edificio que está prácticamente deshabitado. Solo viven en él dos personas de avanzada edad, que con absoluta amabilidad, nos han dado acceso para poder hacer el trabajo. Las condiciones de salubridad y de habitabilidad del edificio rayan en lo más precario, y cuesta creer que hoy día, en pleno siglo XXI y en el primer mundo, pueda haber gente viviendo de forma tan extrema. Pero si sorprendente me resultaba el deficiente estado del inmueble que hemos visitado, lo que me ha dejado más descolocado ha sido la actitud de sus moradores. De absoluta naturalidad, normalidad y dignidad. Esto me ha hecho pensar en lo relativo de las cosas. La magnitud de un problema está dentro de cada uno. Un ligero cambio de tono en las cortinas que se encargaron para el dormitorio, a más de uno le puede provocar una insatisfacción y un dolor de cabeza que derive en un cabreo de campeonato. ¡Dije Azul cobalto, y esto parece Azul Persia! Pero cuando se vive sin agua corriente, sin apenas luz, sin calefacción, con humedades, con cuatro muebles desvencijados, un par de coloridos loros y sin condiciones de accesibilidad, parece que el cuerpo y la mente se acaban acostumbrando. Y cuando bromeando con la señora le pregunto si no estarían mejor en una residencia y me contesta con una sonrisa de oreja a oreja con un "Dónde iba yo a estar mejor que en mi casa. ¡Ni loca!", me doy cuenta de que le pueden ir dando por culo a las cortinas del dormitorio.

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