Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

¡Qué casta, Pablo! ¡De brahmán!

De los pocos proverbios en latín que uno sabe decir, dos resultan ser caras de un mismo poliedro, el de la fatuidad y la soberbia de los humanos. Memento mori, que significa recuerda que existe la muerte, es una sentencia que repetía un sirviente al oído del general que entraba victorioso por las calles de Roma. El otro, Vanitas vanitatum et omnia vanitas, no requiere mucha traducción. La vanidad es una golosina que acaba creando adicción, y sus principales camellos son los pelotas, tan rastreros con su amo como crueles con los débiles. Tan es así, que suele sorprendernos encontrar a gente sencilla que a la vez ostenta mucho poder: si la puntualidad es la cortesía de los príncipes, según se dice, la sencillez es su mayor virtud (la de verdad; su sucedáneo es repulsivo). Vale decir lo contrario, ya sin latinajos, en modo menos culto y más cañí, de españolas maneras: "Si quieres conocer a fulanito dale un carguito". Cuánta verdad. Todo un clásico en la política contemporánea, y a todo nivel. Da gusto conocer a personas en altos cargos que no cuadran en este aforismo.

Es a quien ostenta el poder en la política a quien hay que recordarle en mayor medida que es mortal. Que si ha accedido a una posición de privilegio y capacidad de influencia bien puede deberse al haber aprovechado su oportunidad -esto es importante: el poder pasa como un tren, lo coges o no-, y haberla ordeñado con tácticas y estrategias dentro de su partido. En su escalada jerárquica el mérito puede contar lo mismo o menos que otros valores como la astucia o la resistencia, de la que nuestro presidente ha hecho un manual. Si con un jubilado que no para de recordar lo importante que fue en la ventanilla de su ministerio conviene ser comprensivo y hasta compasivo, cuando fulanito saca pecho por su carguito en vigor no es que caiga en el patetismo, sino que se retrata. Muestra claros síntomas de que su inseguridad y su correlativa ansia de protagonismo son los motores de su prosperidad orgánica. Hasta alcanzar una vicepresidencia. Y una entre cuatro: vamos al carguete, María, que estamos que lo regalamos. Me refiero a Pablo Iglesias esta semana: "Tengan ustedes la decencia [qué importa quiénes] de no gritar cuando un vicepresidente está en uso de la palabra". Qué más dará que sea usted vicepresidente, oiga. Se lo imagina uno poniendo los galones encima de la mesa al tomar asiento en la asamblearia ejecutiva de Unidas Podemos. Pedir respeto por ostentar uno un cargo canta a inseguridad sublimada, y, por si eso fuera poco, a puritita petulancia. ¡Qué casta, Pablo! ¡De brahmán!

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