En las redes sociales, a los que se manifiestan en el barrio de Salamanca de Madrid dando caceroladas contra el Gobierno, les llaman cayetanos. El por qué, no me lo pregunten. No sé si tendrá algo que ver con el radicalismo ideológico de la portavoz del PP en el Congreso.

Los cayetanos son llamados también pijos, porque, siempre según explican en las redes, son los ricos de Madrid, y se manifiestan porque no les abren el campo de golf o el club de padel, ni pueden ir a sus fincas de Cuenca, Toledo, Valencia o Extremadura, sus segundas residencias.

Los que proclamaban que las manifestaciones del 8 de marzo habían propagado el coronavirus, ahora se concentran sin guardar las medidas de distanciamiento y tampoco llevan mascarillas. Las redes se han cebado especialmente con dos fotos muy curiosas. En una, una señora encopetada se hace acompañar por su criada, uniformada y todo, que es la que le da a la cacerola. En otra, un señor enarbola lo que parece ser un palo de golf –claro– y golpea una señal de tráfico, como aquel “cojo manteca” que le daba al semáforo con su muleta en una manifestación de estudiantes a finales de los 80 en Madrid (vean Wikipedia, ahí está todo).

Naturalmente, en estas caceroladas que comento no pueden faltar las banderas rojigualdas, tanto la constitucional como la del pollo. Ni tampoco la policía, que no hizo acto de presencia el primer día, pero sí el segundo, aunque, a juzgar por las fotos que se han subido –y si éstas, a su vez, son auténticas– han confraternizado con los manifestantes con tonos y gestos diametralmente opuestos a los que exhibieron en las manifestaciones del 1-O en Cataluña –¿se acuerdan del “a por ellos, oeee”?–. Todo esto es alentado, cómo no, por el PP y por la ultraderecha, que son los españoles más españoles y mucho españoles que dijo aquel. Claman por la pérdida de libertades que según ellos supone el Estado de Alarma.

Ellos, los que promulgaron la Ley Mordaza. Y los otros, los que ahora se presentan como defensores de la libertad y la democracia, pero aspiran a llegar al poder para derogar y amordazar a la una y destruir a la otra sustituyéndola por una dictadura. Todo, de libro. Lo malo es que saltándose las medidas y normas preventivas del Gobierno sobre la desescalada, además de ponerse en peligro ellos –que son los que más saben de eso, como todos los “buenos” españoles–, nos ponen en peligro a los demás.

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