Carta del Director/Luz de cobre

El centro de la ciudad y el desierto comercial

La tarea no es sólo de una administración. Es de todos la búsqueda de soluciones y su aplicación

El centro de la ciudad se muere. El lento gotear del cierre de viviendas y negocios acabará por convertirlo en un desierto comercial que todos lamentaremos. Al final, cuando la situación sea irreversible, nos preguntaremos qué pudimos hacer para evitarlo. Mientras tanto, aquellos que tienen en sus manos revertir la situación no van más allá de la denuncia pública, de culpar al otro o de repartir unas migajas económicas en ayudas, que no sirven ni de cuidados paliativos. Tan sólo un pequeño fogonazo informativo, y poco más. El final de la renta antigua ha sido la estocada definitiva de los centros históricos de las grandes ciudades. Los propietarios de locales, la mayoría heredados, siempre creyeron en ellos como un modo de vida parasitario. Ya saben: "el local el mío. Pido por él una millonada en alquiler. Y que trabajen otros para que vivir de las rentas". Un gran error permitido por la sociedad actual y una cortedad de miras apabullante y escalofriante, que nos sitúa al borde del abismo.

No quiero entrar en señalar culpables. Ese no es el objetivo. Si bien es cierto que las administraciones competentes han hecho poco o nada por buscar soluciones a la despoblación del centro. No ha habido apoyo económico a aquellos que buscaban comprar y rehabilitar viviendas. Se olvidaron de los pequeños comercios, del empleo que generaban y de la vida que irradian al entorno. Y luego está en envejecimiento paulatino de la población y la creencia, generalizada, de que una casa en el centro es una especie de gallina de los huevos de oro para vivir hasta el infinito y más allá del sudor de otros.

Una concatenación de errores, que ahora empezamos a sufrir con crudeza, cuando paseamos por los cascos históricos. Gran parte de las casas están cerradas, muchas de ellas en un proceso de deterioro brutal y, lo que es más preocupante, calles vacías y sin vida, ante la indiferencia de los que las transitamos y la inanición de aquellos que tienen en su manos arbitrar medidas para curar la enfermedad terminan que padecen.

Así las cosas siento envidia sana de caminar por ciudades en las que sus responsables vieron el problema a tiempo, buscaron soluciones y lo van atajando en la medida de las posibilidades reales que tienen que, en los tiempos que corren siempre son limitadas. Ha llegado la hora, por tanto, de tratar de reinventarnos, de buscar el retorno de los que se fueron con ideas creativas, con ayudas razonables y con apuestas decididas por la recuperación de un centro capitalino que se apaga si nadie lo remedia. Nadie dijo que la apuesta sea fácil, pero lo que si creo es que es posible, real y necesaria. Y no es cuestión de una sola administración, la tarea es de todos porque el objetivo debe ser común. Dar palos de ciego o ir por libre nos encamina al irremediable fracaso. Trabajar unidos no será sinónimo de éxito.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios