Ahora que la peripecia de Ciudadanos se intuye en pronta decadencia, cabe cuestionarse si el centro político español es, a la postre, una opción maldita, inocupable por las formaciones que hacen de él su hábitat programático y aspiran a intercalarse entre izquierdas y derechas. La pregunta no es desde luego teórica: en los últimos cuarenta años, los partidos nacidos con una proclamada vocación centrista han tenido una vida corta y un éxito escaso. Con la excepción de UCD, aquella amalgama coyuntural sólo entendible por la excepcionalidad del momento, todas las alternativas centristas posteriores, sea porque el votante les dio la espalda o, en circunstancias ventajosas, porque sus dirigentes no acertaron a comprender y asumir lo que el centro es, jamás han sabido cumplir con su misión. Ni el CDS, ni la operación reformista de Roca, ni UPyD, ni Ciudadanos han llegado a ser fuerzas verdaderamente relevantes para el gobierno del país.

Pudiera pensarse que el centro no existe. Pero el propio afán con el que los macropartidos lo reivindican para sí desmiente esa hipótesis. No, el centro es un segmento de nuestra realidad política que esta ahí, tan apetecible y apetecido como siempre. La explicación, pues, ha de ser otra. Así, señalan los expertos que la maldición del centro tiene que ver bastante más con la incompetencia de sus gestores que con su supuesta inexistencia. Los líderes centristas deben tener muy claro cuál es su papel moderador. En el mismo instante en el que prende en ellos la idea de convertirse en mayoritarios, en la medida en que eso les obliga a escorarse a babor o a estribor, contradicen su centralidad y se adentran en la senda de su final. El error de Rivera de intentar disputarle al PP la hegemonía en la derecha es, en ese sentido, paradigmático. Nadie como él ha tenido tan cerca, desaprovechándolo, el auténtico objetivo centrista.

A mi juicio, el centrismo es indispensable para que la convivencia democrática se mantenga en parámetros sensatos y serenos. Pero aquí, hasta hoy, sus administradores, incapaces de desoír cantos de sirena, jamás se han conformado con ser sólo lo que son: la mejor garantía, sin necesidad de trasladarse a ninguno de los dos lados, de que el partido gobernante permanezca retirado de los extremos. Como afirma mi colega José Manuel Otero, eso, que a algunos pudiera parecerles poco, es en realidad, para ellos mismos y para todos, inobjetablemente mucho.

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