La chacona de Brahms

Como guía para una buena audición, son recomendables las versiones de directores como Klemperer o Celibidache

La Chacona, como la Passacaglia, es una danza popular de los países mediterráneos, que tuvo un amplio desarrollo durante el barroco y músicos como Bach escribieron páginas memorables con esta forma cuyas características fundamentales pueden definirse en el uso del compás ternario, tempo lento y carácter solemne, y la construcción, sobre un bajo obstinato, de períodos frasísticos más o menos regulares, con una duración de cuatro a ocho compases cada uno. En el caso de Bach son especialmente célebres la chacona final de la partita para violín solo y la del último movimiento de la cantata BWV 150. Y es precisamente el tema de ésta última el usado por Brahms para el cuarto movimiento de su célebre Cuarta sinfonía Op. 98; la que, para muchos, es su obra más perfecta junto con el Réquiem alemán. La cuarta es una sinfonía maravillosa, apasionada y romántica, al tiempo que, musicalmente hablando, es de una precisión y concisión impresionantes, disciplinada y solidísima, con una raíz beethoveniana muy evidente, lo que le otorga un carácter monumental, indestructible. Sólo el tema con el que se inicia su primer movimiento es de una profundidad y triste emotividad absolutamente fascinante, inolvidable. Fue compuesta en el verano de 1884 y estrenada al año siguiente con gran éxito, pese a las dudas del compositor, que pensaba en todo momento que no sería bien entendida y recibida por el público. El final de la sinfonía, el cuarto movimiento, es acaso la página más sublime del mejor romanticismo alemán. Se trata de un tema de ocho notas -tomado, como ya se ha dicho, de la chacona de la cantata 150 de Bach- con variaciones. El movimiento está construido en base a 32 variaciones del tema de ocho compases cada una; un auténtico tour de force. La orquestación, siempre deslumbrante y cuajada de matices, traduce un espíritu trágico, lírico o tempestuoso, dependiendo de la variación que se trate. Hay pasajes de tal belleza e intensidad expresiva que resulta imposible describirlos con palabras, hay que escuchar la obra. La coda, que precipita un final inesperado y cortante, es absolutamente genial. Como guía para una buena audición, son muy recomendables las versiones de directores clásicos como Klemperer o Celibidache, de gran perfección y lirismo, pero es indispensable escuchar interpretaciones realmente sublimes como las de Kleiber y en especial de Bernstein, de una intensidad y emoción inolvidables.

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