Me encanta el frío. Dicho de otra forma, odio con todas mis fuerzas el calor húmedo, tormentoso y pegajoso. Por no decir los días de viento de nuestra Almería. Son los dos únicos peros que le pongo a la tierra que nos ha visto crecer. Sólo dejaría Almería si Papá Noel me ofrecer ser cuidador de sus renos en Rovaniemi (Laponia). O si alguien me propone ser peregrino eterno a Santiago. Bueno, o si la organización del Maratón de Nueva York necesita un corredor que pruebe cada año el nuevo recorrido de los 42,195 km. (¿Podré correrlo este año? Como dependa de Simón y cía...) En definitiva, que me queda calor que soportar en Almería para rato. Por eso he disfrutado tanto los últimos días, con las agradables temperaturas que nos trajo Filomena y con la necesaria agua y nieve con las que bañó nuestros campos y ciudades. Lástima que el maldito coronavirus no nos haya permitido ir, por ejemplo, a comernos unas buenas chuletas al amparo de la lumbre en Olula de Castro. O Bacares. O Hijate. ¿Por qué no en Laroya? Buena opción es también Vélez Blanco...

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