El cinismo descarado

Entre los discursos sobre la independencia de los jueces y las actitudes y los objetivos últimos de los partidos hay un abismo

Que me perdone Diógenes, pero estos cínicos me pueden. No tolero unas actitudes en las que se miente y se utiliza un lenguaje de defensa grandilocuente, cargado de palabras que apuntan a conceptos nobles, pero que en su actitud intentan destrozar, precisamente, lo que tratan de defender. Hay discursos en los que se nombra a Montesquieu, se habla en nombre de la separación de poderes, culminando con la glorificación de la independencia de los jueces, del poder judicial. Curiosamente nadie está en desacuerdo con la tesis de la separación de poderes, y se aplauden esos discursos. Yo mismo estoy de acuerdo con ellos, por supuesto. Sin embargo, entre los discursos y las actitudes y los objetivos últimos hay un abismo. Lo que vemos en nuestro penoso panorama político es una acusación a los rivales políticos de querer controlar el poder judicial a través de la elección de los miembros del Consejo General del Poder Judicial teniendo en la recámara la intención no disimulada de controlarlo ellos. Es así. Yo acuso, dicen, a mis rivales porque me molestan profundamente sus decisiones que atacan a la independencia de los jueces, pero lo que más me molesta es que si los controlan ellos, entonces no los puedo controlar yo. Es así de simple, porque en el fondo es un juego de controles alternativos: o yo, o ellos. Con estas actitudes es bastante sensato pensar que ninguno de los partidos políticos del espectro quiera realmente la independencia del poder judicial, y a veces dudo de que la quieran los mismos jueces. No sé qué significado pueda tener que haya asociaciones de jueces conservadores y progresistas a no ser que haya distintas interpretaciones de las leyes que ellos aplican dando lugar a sentencias diferentes según el juez, y de paso, favorecer a los partidos de su propia tendencia. Se ve así, o por lo menos yo lo veo así. Creo que eso pensaba Pío García Escudero cuando decía que tener un determinado presidente del Consejo General del Poder Judicial les permitiría controlarlo desde atrás. Así piensan todos. El problema está en que la mezcolanza de poderes en nuestro país está tan turbia que ahora mismo es casi imposible aclararla. En términos de la poca química que sé no se trata de una mezcla, se trata de una disolución: no hay manera física de separarlos. A veces los jueces gobiernan y los gobernantes juzgan. Eso ni puede ser, ni puede seguir siendo. ¿Quién lo arregla?

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