¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Los clarines de Alcántara

Ninguno de aquellos trompetas, muchos apenas unos niños, esquivó su deber. Todos partieron unidos al combate

Al coronel de Caballería Antonio Sánchez-Moliní de la Lastra. In memoriam

A las cuatro de la mañana del 23 de julio de 1921, en el valle del río Igan, sonaron los clarines del Regimiento de Cazadores de Alcántara, 14 de Caballería. No fue un toque cualquiera. Todos los trompetas de la unidad, algunos de ellos apenas unos niños, se reunieron para interpretar una diana floreada, un auténtico alarde de pulmones y pericia con el instrumento por excelencia de los jinetes. Aquello fue también un despliegue de valor suicida. Eran los días del Desastre de Annual y el regimiento de Alcántara tenía encomendada una de las misiones clásicas de la Caballería: la protección de la retirada. Los trompetas, montados en sus caballos tordos, sabían que tanto ellos como sus compañeros de armas perecerían en el intento. Pero nadie desertó, nadie esquivó su deber, y todos partieron unidos al combate. Escribieron así una de las páginas más gloriosas del Ejército español en medio de aquella gran debacle, de la que ahora se cumplen cien años. La práctica totalidad de los miembros del regimiento perecieron con honor, cargando una y otra vez -al final, al paso- contra un enemigo muy superior. Soy consciente de que para muchos estoy hablando en una lengua muerta (aunque hermosa y noble, como el latín), pero no encuentro otra mejor para honrar a aquellos jefes, oficiales, suboficiales, soldados, trompetas y herradores que cabalgaron intrépidos por los pedregales africanos.

La última iniciativa que tuvo mi padre en vida fue honrar a los clarines de Alcántara. La idea, que ha sido apoyada por un buen número de sus compañeros del arma, es que el próximo 23 de julio suene en todas las unidades de Caballería aquella diana floreada que estremeció el valle del Igan. Estoy convencido de que mi padre se sentía muy cercano a aquellos trompetas, en gran parte porque se crió en una mehala del norte de Marruecos, entre caballos y moros, y siempre conservó algo del perfume de África, a donde volvió, ya de oficial, para patrullar las inmensidades del Sáhara y, después, para servir en Melilla, precisamente en el regimiento Alcántara.

De mi padre he heredado algunas cosas buenas y útiles: el arte de limpiar los zapatos, el amor a los perros, el gusto por la historia, la piedad por los desgraciados, el patriotismo sin adjetivos, un cierto fatalismo mahometano y la capacidad de admirar a los mejores, como aquellos inmortales trompetas de Alcántara. Que el Señor lo acoja en su seno.

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