La cola progre del pavo real

Las hembras también saben competir entre ellas, incluso con mayor ferocidad que los machos

Cuando el instinto reproductor se activa en forma cortejo no violento, la naturaleza ofrece un espectáculo insuperable de danzas, cantos y astucia exhibicionista, que no hay inquisidor que controle ni arte que lo iguale. Un alarde percibido por un observador sensible como Darwin que alzó sobre el significante biológico de tales rituales, su teoría sobre la selección sexual, concluyendo que dentro del proceso evolutivo, los insolentes aspavientos amorosos solo podían tener un sentido práctico: asegurar la reproducción del macho más fuerte y atractivo para las hembras. Aunque las claves electivas de éstas fueran a menudo inextricables. Por ejemplo, resabiaba el sabio, la cola del pavo real es una carga corporal muy pesada y que solo se explica si, sabe dios por qué, le resulta sexy a las pavas. Si no es así, el pavo nunca pecharía con tal adminículo de por vida. Pero, ay, son promiscuos en un hábitat en el que las hembras, o sea las pavas, suelen a ser retraídas y caprichosas. Una teoría que si fue polémica en su día, el progreso cultural y científico actual ha demolido al verificar, sin duda alguna, que si se dan las condiciones adecuadas, la promiscuidad femenina nada tiene que envidiar a la masculina. O sea que si la situación lo requiere y el entorno no lo impide, las hembras también saben competir entre ellas incluso con más ferocidad que los machos, por lograr la atención reproductiva del semental atractivo. Así que el mito de la hembra pasiva no solo se ha diluido, sino que incluso se impuso la teoría, acaso más sólida, de una inversión del rol darwinista: que son ellas las que rivalizan en la selección sexual aunque algún macho aún haga el paripé. Y que lo hacen con una eficacia biológica que va más allá de la frívola cultura de los aderezos y perfumes. Aunque no descartemos tampoco que el primer signo de que los pavos progresan sea que las pavas desarrollen unas colas radiantes. Y en estas cuitas andábamos los curiosos de las ciencias humanistas cuando de unos lustros acá, aparecen imparables las paradas carnavalescas de los orgullos gay, Lgtbi y demás difusores de otra variable selectivo sexual de cortejo, pero sin utilidad reproductiva significativa, luciendo colas coloristas que envidiaría hasta el pavo alfa. Y las teorías de selección sexual se agitan en el limbo incierto de la filosofía evolutiva, colgadas todas, sin escalera, de una brocha que llaman progreso.

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