La cola de la vacuna

Saltarse la cola de la vacuna, cuando se vela por su adecuada administración, es del todo reprobable

Hacer cola es un ejercicio habitual cuando se acude a servicios con alta demanda o se quiere solventar asuntos con mucha concurrencia de interesados. En su modo más popular y coti-diano, la cola no es virtual, sino real, alineada en la calle -ahora con distancia de seguridad- o de manera menos lineal y más anárquica, aunque siempre con el conocimiento que da pregun-tar "quién es el último", o con la llamada del cacharrito que "da la vez" y la acreditación del tique. En la abnegada y paciente práctica de tal ejercicio, la pillería y el descuido suelen asistir a los que aprovechan cualquier desliz para colarse, con variopintas imposturas que llevan a dis-tintas formas de conflicto en la restitución del orden torcido. Pues bien, si la clase política no es ajena a los vicios y virtudes de la condición humana, colarse en la administración de la vacuna contra el virus maldito podría encontrar esa explicación. Mas en modo alguno cabe confundir explicación con justificación. El ejercicio de las responsabilidades políticas, además del desem-peño de un cargo, conlleva -o debería- no pocas cargas. Aunque el primero, el cargo, parezca resultar bastante más atractivo que las segundas, las cargas. No se mienta aquí la erótica del poder, como si fuera una retribución en especie o uno de esos beneficios añadidos que procura el cargo. Sino que interesa, sobremanera, la ejemplaridad. Por eso es tan reprobable el compor-tamiento de distintos responsables políticos que, sin miramiento alguno, confiados en la reserva o acaso en la impunidad, han recibido la vacuna antes del turno que debiera corresponderles en la mayúscula y descomunal cola que espera las dosis de la inmunidad. Sorprendidos en tan ruin despropósito, algunos se aferran al cargo como si, truncada tan fla-grantemente su ejemplaridad, esto no acarreara un descrédito solo subsanable mediante una dimisión sin demoras ni obligada. Escándalos y corrupciones hay mayores, ciertamente, pero en un estado de alarma, cuando la ciudadanía -término tan manoseado- ya está afectada no solo por la pandemia, sino por la "fatiga pandémica" -no son la misma cosa, aunque se manifiesten a la vez-, saltarse la cola del remedio genera un repudio mayor. La ejemplaridad es una dura carga, no se duda, pero hay que saberla echar a la espalda porque esa ciudadanía del discurso retórico no es sino una nutrida confluencia de personas -sin redundancia de humanas- que no suelen colarse aunque acaso les gustara poder hacerlo..

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