La tapia del manicomio

El colmo del cinismo

Dice la acusada que no iba a clase porque el director del máster la había dispensado de tan penoso requisito presencial

Cuando estaban de moda los chistes que empezaban ¿cuál es el colmo de…?, hubo uno que tuvo bastante éxito. Era, como diría Eugenio, "aquel que diu": ¿cuál es el colmo del cinismo? Tirarse un pedo en un velatorio y echarle la culpa al muerto. Tal que así ha ocurrido en el juicio a la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, sobre si realizó o no el trabajo de fin de máster (TFM). Sobre la realización o no del máster en si nada se enjuicia, aunque las transcripciones que vamos conociendo de las declaraciones en el juicio, es que lo hizo menos aún que el susodicho TFM. Eso lo reconoce hasta ella misma cuando dice que no asistió a ninguna clase, ni conocía a ningún profesor; ni sus posibles condiscípulos dicen haberla visto ni una sola vez en el año que, como mínimo, dura un máster. Dice la acusada que no iba a clase porque el director del máster, Álvarez Conde, la había dispensado de tan penoso requisito presencial, sabiendo que doña Cristina era una persona muy ocupada. Se supone que la contrapartida era trabajar en casa sobre unos libros, apuntes y similares, de cuya existencia nadie tiene la mínima constancia. Pero vamos a la prueba relevante sobre lo que se juzga: la obtención del título. Una vez superados los diversos cursos de que se compone el máster, hay que entregar el TFM, que como su propio nombre indica es un trabajo; y hay que defenderlo ante un tribunal compuesto al menos por tres profesores. Las tres profesoras que aparecen en el acta (falsa, por cierto) dicen que "nunca vieron un trabajo de Cifuentes y que ese tribunal ni siquiera se formó". Una de las profesoras, la que se reconoce como autora de la falsificación del acta, dice que lo hizo por presiones de su superior jerárquico. ¿Adivinan quién era?...pues obvio, Álvarez Conde. A este mismo profesor, amo del cotarro, es a quien afirma Cifuentes que entregó el TFM y supone que haría de mandadero suyo y se lo entregaría a las miembros del tribunal. De nuevo, la responsabilidad recae sobre Álvarez Conde.

Y se pregunta uno, ¿qué hace Álvarez Conde que está tan callado y no se defiende? Pues porque está muerto. Y así es difícil que pueda protestar contra tantas acusaciones, igual que el difunto de cuerpo presente del famoso chascarrillo no podía defenderse de la falsa acusación y recriminar al cínico. En el caso del cinismo profundo de la expolítica madrileña, al menos hay un tribunal (de Justicia en este caso) que puede aclarar la controversia.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios