Las columnas del mundo

Las columnas del mundo

Los árboles se dejan abrazar y hasta pueden tener alma. O contener la de quienes se hicieron espectros del bosque animado, como almas en pena, errabundas en la noche de los misterios. Pero dar un abrazo a un árbol es terapéutico, una medicina natural, aunque también participe del atractivo de las novelerías. Si bien, los celtas ya eran devotos de la magia de los bosques y encontraban fuerza y energía entre los árboles. Y Galeno, el médico griego, aconsejaba a sus pacientes pasear a menudo por bosques de laurel; además de ser muy conveniente para los convulsos dormir a la sombra de los tilos. Cierto que el bosque es una fuente de vitaminas porque su aire está colmado de iones negativos de oxígeno que recomponen el cuerpo y el alma, las facultades de la mente, el carrusel de las emociones y el torrente de la vida. Ahora bien, abrazar a un congénere debiera ser más saludable, más sanador, que ceñir con los brazos un árbol. Pero este nunca tendrá escondido el puñal que clavarnos en la espalda. Un tronco leñoso tampoco tiene nada que ver con un cuerpo hermoso. Sin embargo, abrazados a un árbol quizás se participe de la firmeza y del prodigio porque, como creían los amerindios, los árboles son las columnas del mundo. / Antonio Montero Alcaide

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