Un combate a muerte

Todos los días tenemos que decidir qué rol jugamos. El de amo o el de esclavo. En el trabajo, en el colegio, en la Universidad

Establecía Hegel en su dialéctica que la madurez psicológica del individuo y de su conciencia era el fruto inequívoco del combate a muerte y no de una convivencia pacífica y armoniosa entre dos o más seres humanos. Todo establecido en un plano filosófico y reflexivo, donde el ser humano debe discernir que parte de su formación debe descansar en los pilares morales y éticos de su persona. Así es como los seres humanos nos enfrentamos a muchos de nuestros dilemas más íntimos hasta tomar las diferentes decisiones y crear esa estructura identitaria que nos servirá, sin duda, para desenvolvernos en el mundo. Patrones, actitudes, rutinas, miedos, prejuicios, certezas, principios y valores. Elementos todos que formarán el embrión umbilical que sustente nuestra personalidad. A un lado dejo las relaciones consustanciales que se pueden desgranar de las diferentes relaciones entre el alma, el espíritu y los criterios que usamos para tomar y dar forma a cada una de nuestras actuaciones y a cada una de las experiencias que vivimos para edificar nuestro yo.

La sociedad como estructura y como espacio y la mujer y el hombre como actores son el resultado final de la lucha entre el concepto de amo y de esclavo. Así, cuando un ser humano lucha a muerte por dar forma a su identidad personal -no como un acto de violencia física, sino para discernir qué parte es la que determinará la construcción de su propio ser- es un proceso más dentro del aprendizaje de los seres humanos. Quizás, deberíamos discernir hasta qué punto qué parte de nuestro yo decide sobre la conducta en determinar si somos amo o esclavo. Podríamos pensar que todo aquel que tiene capacidad de acción gracias a un poder económico puede entrar en el conjunto que forman los amos. Y todos aquellos que son subyugados o sometidos pueden pertenecer al grupo de los esclavos. Pero estas cuestiones no parten de la imagen del combatiente que se abre paso entre el infierno del cobre, sino que busca más bien clarificar qué parte de nuestra formación moral, ética e identitaria ha sido construida a través del propio juicio crítico del individuo, más que por la imposición y el sometimiento de su persona. Esta dualidad es una variante que se presenta y que se instituye a diario en el ser humano como una lucha interior. De no ser así, el hombre y la mujer serían seres abstractos. No habría una definición por parte de los individuos. Todos los días tenemos que decidir qué rol jugamos. El de amo o el de esclavo. En el trabajo, en el colegio, en la Universidad, en nuestras relaciones sociales, en nuestra casa, incluso con nosotros mismos. La pregunta que debemos resolver día a día es hasta qué punto queremos ser amo y esclavo.

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