El conocimiento como base

En la actualidad, nos encaminan a una sobrevaloración de una forma de saber sobre las otras

Max Scheler sostiene que el deber solo encuentra su fundamento en valores que no se basan en imperativos categóricos universales, como sí lo planteaba Kant. Así, en su discurso estableció que existían tres tipos de conocimiento. El saber inductivo lo definía como el propio de las ciencias, que partía su estudio desde la dominación del mundo que nos rodea y cuyo fin era la realidad, aplicada por medio de la técnica. Afirmó que el conocimiento inductivo era el modo con el que Occidente, desde la filosofía griega, se había acercado al conocimiento del dominio, del poder como hecho en acto, de la episteme platónica. El saber de la estructura esencial es el conocimiento que nos convida a captar de un modo próximo el qué de las cosas. Digamos que la intuición del individuo le acerca a una noción de la realidad, le permite un hálito de pertenecer y perjurar por la doxa. Muy efímero, muy superficial, pero lo suficiente como para hacerse una idea general del suceso. En cierto modo, Scheler, está en consonancia con Immanuel Kant, en el que existe un conocimiento a priori. Incluso, con Platón, aunque nunca hubiese estado en ninguna cueva, que se conozca a ciencia cierta. Es por ello que el conocimiento de lo a priori tenga algunas características concretas, como: la falta de un juicio elaborado; un valor; una búsqueda de cubrir una necesidad e irracionalidad. Y, por último, queda su apreciación sobre el conocimiento metafísico, aquel que responde a lo divino y que materializa la posibilidad de conocer lo real a través de la disciplina espiritual o simbólica.

En la actualidad, nos encaminan a una sobrevaloración de una forma de saber sobre las otras. Más cercanos al saber superficial que a cualquier otra cosa. Dejamos a un lado el equilibrio que podemos encontrar si somos capaces de hallar el pulso justo, en el momento adecuado, en el lugar indicado. Y la razón es porque nos han programado así, para no pensar. El ser humano debe valorar entre lo sustancial y lo superficial, en décimas de segundo. La sociedad nos hace tomar decisiones que, en un primer momento, no parecen tener ninguna importancia y que, sin embargo, al final, lo serán todo. Cuando nos damos cuenta, hemos dejado a un lado lo más importante: el tiempo. Y, con él, la posibilidad de emplearlo en aquello en lo que realmente queremos. No en lo que nos impone el sistema, sino en aquello en lo que realmente queremos y deseamos.

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