Ni contigo ni sintigo

Cs olvida que el liberalismo, que rechaza la polarización, aboga por la tolerancia entre los que acatan el marco constitucional de convivencia

Va porfiando cual cansina letanía ritual en las últimas convocatorias electorales, el mantra de compelerse recíprocamente unos partidos a otros, a que juren que no van a pactar tras los comicios con éste o con aquel. Hay quien hasta oficializó su indeleble ascetismo en acta notarial, para enfatizar su pureza endogámica. Y el envite no es inocuo, ni su despropósito merece seguir pasando desapercibido. En esta precampaña ya hemos oído al Pp de Casado, requerir a C's de Rivera para que certifique que nunca pactará con el Psoe, mientras él alardea que al Pp, nadie la preguntará sobre pactos poselectorales porque su historial acredita que ellos nunca pactan con nadie. Aserto que, al margen o además, de no ser rigurosamente cierto (porque lo hicieron poco ha con C's y Vox, o antes en alguna autonomía con el Psoe, hace años, es verdad), lo que revela, acaso, no sea tanto la virginidad ideológica jactada, como esa ineptitud dialogante y precario talante convencional que distingue uno de los déficits democráticos más censurables: el de la inhabilidad de pactar con el adversario, que es un pilar basilar de la política. Tampoco se libra de reproche la respuesta de C's al envite pepero, porque, en vez de afrontar con gallardía su ingénito temple centrista que le concita a agotar el noble arte de la negociación en función de lo que requiera el bienestar social de cada tiempo, (que es lo que requerimos los ciudadanos, por cierto) cae en la trampa y se apresura a autocastrar sus opciones de gobernanza, con descalificaciones al Psoe que, en su día, no sabemos si podrá mantener o no. Como, de hecho, no pudo mantenerlas con Susana en 2015. Un futurible escénico ridículo para quienes dicen hoy no querer gobernar contigo, pero mañana no podrán hacerlo «sintigo», dicho sea, en versión pueril de mi nieto de tres añitos, y de una lógica tan simple como la de estos políticos que esclerotizan la política, convirtiéndola en un combate de trincheras ideológicas, propias de siglos pasados. Un talante que no se compadece con la imagen de un partido, perdón, digo, de un movimiento como C`s, que nació como paradigma regenerador de los valores de la socialdemocracia y cuyo ideario se nutría del liberalismo progresista. Pero que hoy olvida que el buen liberalismo, con el mismo vigor con que rechaza la polarización, aboga por la tolerancia entre quienes acatan el mismo marco constitucional de convivencia.

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