De las copias clásicas

Tan solo eran artistas movidos por su pasión, su intuición y su buen gusto

La historia de nuestra cultura artística y estética debe casi todo al gran mundo clásico antiguo, ese que se inició en Grecia y se expandió por todo el imperio romano. Una cultura de veneración, casi desde el principio, por la perfección de unos modelos y su consiguiente reproducción, sistemática y continuada, casi hasta hoy. Los griegos lo parieron todo y el mundo romano lo extendió hasta límites inimaginables. Un milenio después, el Renacimiento italiano descubrió los fragmentos de las estatuas romanas que copiaban las griegas, los admiró y fantaseó con ellos, intentó su reconstrucción y los erigió en modelos cuasi divinos, perfectos, y los imitó ardorosamente. Las estatuas de la antigüedad se vaciaron sistemáticamente en reproducciones de yeso que llenaron academias, escuelas y gliptotecas de toda Europa durante la Edad Moderna. Y esta tónica continuó inalterable hasta los primeros ismos de las vanguardias europeas, muchas de las cuales, también, a su manera, veneraron lo antiguo. En el fondo, la cultura estatuaria de la copia define nuestro mundo estético y conforma su esencia. Los griegos amaban un tipo de belleza basado en el equilibrio, en la armonía y en la euritmia. Nada de disonancias ni extravagancias. Orden y contención, la justa medida. El oráculo de Delfos aconsejaba que "Nada en exceso". Pudieron buscar relaciones matemáticas para diseñar los dioses y atletas de sus esculturas y persiguieron un ideal de perfección. Estos ingredientes conducen inevitablemente a la producción de modelos idealizados, esto es, un canon. La vehemencia en la admiración de estos modelos ha llevado a occidente durante la Edad Moderna a dar por hecho que esconden un secreto estético infalible y a intentar desentrañar su supuesto misterio oculto, sus relaciones y proporciones perfectas, para conseguir aquella sabiduría y poder aplicarla a las obras modernas. Pero, en el fondo, la cosa no es tan así. Si echamos una ojeada a la propia evolución de la estatuaria griega en el mundo helenístico constataremos un naturalismo cada vez menos idealizado, un mayor realismo -casi anticlásico- y un manierismo cada vez más complicado, pero igualmente eficaz, igualmente bello. Es posible que aquellos hombres no tuvieran, al igual que nos sucede a nosotros, ninguna fórmula mágica. Tan solo eran artistas movidos por su pasión, su intuición y su buen gusto.

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