Alejandro tiene trece años. Durante el verano ha aprendido a editar vídeos por sí mismo, con resultados sorprendentes. Hace poco, descubrió un grupo de pop coreano que le encantó. Buscó dónde estaba Corea, y vio que había dos países, el norte y el sur, bien distintos, que comparten ese nombre... Descubrió una canción en inglés, la escuchó mil veces, la tradujo, se la aprendió de memoria… Vio que existía una versión para ukelele de una canción. También dio con un vídeo que decía «aprende a tocar el ukelele por ti mismo». Por 18 euros, se compró uno y aprendió a tocar la canción con tutoriales de Youtube. Creó un canal propio con versiones de canciones y un blog donde explicaba lo que sentía, lo que le transmitía esta y otras músicas que iba encontrando. Hablaba también de sus sentimientos, pensamientos, opiniones sobre cualquier tipo de curiosidad... Incluye cosas sobre la segunda guerra mundial que aprendió a través de un videojuego.

A mediados de septiembre, un día cualquiera de clase, a Alejandro le piden que lea la página 17 del libro de texto y que haga las actividades 1, 2 y 3 de la página 18. Al día siguiente, tocará la página 19, y al otro, la 20. Cuando lleguen a la 25, harán un examen de ese tema… y así sucesivamente, cada día, hasta el mes de junio.

El informe España 2050 afirma que el alumnado pierde masivamente el interés por la escuela a los 13 años. Uno de los motivos que señala es la manera en que se imparte docencia en la ESO, pero el problema es mucho más complejo. La escuela ha dejado de tener el monopolio del saber. Es imposible que compita en cuanto a contenidos y recursos con respecto a Internet. Con esto no quiero decir que la escuela deba convertirse en un «parque de atracciones», rebajando contenidos y ofreciendo solo «felicidad» efímera y consumista, pero sí que deberíamos plantearnos que algo se está haciendo mal y que ni siquiera el mejor de los docentes y el mejor libro de texto pueden competir con el universo de estímulos cotidianos del mundo de hoy. Además, aunque el problema estalla en Secundaria, se viene arrastrado de 9 años de escolarización anterior (desde la Primaria) donde los recursos principales han sido la «ficha», la libreta, el libro y el examen. De pequeños, se lo tragan todo. A los 13, cuando empiezan a tener su propia personalidad, protestan y se convierten en insumisos educativos. Y no les falta razón.

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