La crispación por la culata

La crispación como herramienta rápida para sumar adeptos tiene un recorrido limitado

El sol agonizaba ya tras la sierra. De camino el habitual comentario: "hay que ver que pronto se hace de noche ya". Una tarde de sábado dirigiéndonos a un cumpleaños infantil. Una vez en el lugar los niños se lanzaron a la actividad que saben hacer como nadie: divertirse. Un pensamiento fugaz se cruza por alguna de mis neuronas: ¿cuándo se nos olvida divertirnos de esa manera?

Al cabo la fiesta se encuentra en su apogeo, los niños disfrutando y los padres pegando la hebra. Y lo que sucede en miles de sitios a la vez en este país también se replicó aquella tarde. Tres personas, con distintas formas de entender el mundo, pudimos conversar sobre política, medioambiente y derechos ciudadanos sin el menor atisbo de confrontación.

Hace tiempo que la crispación y la provocación saltaron a los escenarios públicos como herramienta para cosechar votos y simpatías. Resulta una estampa habitual usar la intoxicación (ahora llamadas "fake news") para dejar una pátina de podredumbre en aquello que toca. El juego sucio, que siempre existió, se encuentra ahora en todos los manuales de gestión, política y economía. Los políticos que, por cierto, no son sólo aquellos que militan en un partido, utilizan estos ardides para conseguir su objetivo fundamental. Perpetuarse en el cargo supone la consagración de una turbamulta que, por cuasi infinita, resulta imposible recoger aquí.

Cuentan entre sus filas a verdaderos agitadores de las emociones. Desacreditan al rival no con argumentos sólidos o demostraciones racionales sino con mentiras, insultos y bulos. Saben que es más fácil de encender el impulso que la luz de la razón y así suman efectivos a su causa de manera rápida. La crispación es, en definitiva, un negocio frecuente en estos tiempos.

No obstante, como toda burbuja, ya empiezan a verse signos de agotamiento. Parecen haber olvidado que el ímpetu se desinfla igual de rápido que se enciende y que, al final, el sentido común se va haciendo sitio. La sociedad demanda que las cosas funcionen. Cuando llueve fuerte tanto nos da el color del paraguas que nos cobija y el símbolo del cubo que ayuda a achicar agua. Haber desaforados haylos, claro. Pero son pocos frente a una mayoría que busca concordia y entendimiento, por muchos que nos quieran jalear. Y al fin es prudente recordar, que la crispación tiene un efecto boomerang. Cuanto más más fuerte lo lances con más mala leche acaba dirigiéndose a tu cabeza.

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