Abierto de Noche
Francisco Sánchez Collantes
Sorolla
Desde octubre del pasado año fueron alojados en el CAED y hoteles de Almería más de 900 emigrantes africanos que habían alcanzado la costa de las Islas Canarias en el buche de sus pateras. Muchos de ellos siguen ahí, en un limbo de incertidumbre. Quizás por eso la semana pasada unos pocos de ellos, vagando sin identidad ni dinero por nuestras playas, se concentraron frente a la Comisaría Provincial de Almeria reclamando una simple cita que les de visibilidad.
Me pregunto si no serían estos inmigrantes aquellas columnas humanas que Francisco de Goya representaba en su grabado “No saben el camino”, unidos por una cuerda y transportados por los dominios del Imperio español durante el siglo XVIII, exhibiendo el horrendo espectáculo de pobreza y exclusión para impedir que vagaran sin permiso por el mundo o, como hoy, terminen sin remedio atados a la cuerda de los invernaderos, en la construcción del AVE de Almeria o abriendo zanjas.
Los campos almerienses están cargados de migrantes vagando entre tinieblas por asentamientos y poblados, atados a esa cuerda invisible de excluidos que son la frontera de nuestra geografía nacional, expertos en logística de supervivencia. Están ahí en ese inmenso e inquietante limbo, invisibles, procedentes del Senegal, Marruecos, Argelia, Ghana, sin tan siquiera alcanzar una simple hoja que certifique su existencia. Quizás no los veas atados como en la cuerda humana de Goya, pero si atraviesas los infinitos cruces de invernaderos de Almería te llegará el hedor fermentado y podrido que procede de una nube ocre que se divisa allá lejos en el horizonte, frontera habitada de excluidos. Frente a la paradoja de la próspera Almería de hoy, está la paradoja de esos excluidos que el pasado martes querían romper la cuerda que les ata al limbo de su exclusión, conscientes de que cada pensamiento en forma de tentativa es otro pensamiento en forma de esperanza. ¿Quiénes son esos fantasmas que llegan como levas hasta nosotros?
No son inmigrantes, son artefactos de carne y hueso atados a la misma cuerda y regidos por el azar ciego, víctimas asombradas del dolor, las guerras y las pestes que arrastran desde sus países de origen un hambre de realidad en los huesos.
Pero hay enigmáticos y misteriosos corazones humanos que viven la paradoja de crecer a costa de estos seres atados a la cuerda del limbo, haciéndolos responsables de asaltar nuestros hogares, incrementar las tasas de delincuencia y amenazar nuestra existencia, mientras asisten a nuestros ancianos, trabajan los invernaderos y limpian nuestra mierda.
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