No hay más culpables

2020 ha venido a ponernos, como individuos y como sociedades, frente a nuestra realidad

El filósofo, psicólogo, pedagogo y activista social, John Dewey, considerado el filósofo norteamericano más importante de la primera mitad del siglo XX, dio un papel fundamental a las instituciones en sus teorías sobre la educación, la democracia y el desarrollo de los individuos y a la observación en su teoría sobre el pensamiento.

"La democracia tiene que nacer de nuevo cada generación, y la educación es su comadrona" y "el valor de todas las instituciones es su influencia educativa" son algunas de las grandes frases de este célebre pensador que entendía la educación como el verdadero motor del crecimiento y la democracia como el lugar que permite lograr el mejor desarrollo como individuo, ciudadano y sociedad.

Y es que las instituciones son mucho más que el esqueleto de una sociedad, son la escuela de sus sociedades. Lo que se ve, y no se ve, en ellas, lo que se escucha, y no se escucha en ellas, lo que se ofrece, y no se ofrece, en ellas son lecciones para todos y cada uno de los individuos de esa sociedad y, como sociedad, miramos su reflejo. Y ese es el honor y la carga de los miembros de las instituciones, un honor y una carga que aumenta conforme lo hace la importancia de esa institución para la calidad social del sistema de que se trate.

En nuestro caso, la sociedad española avaló que una de nuestras instituciones base, la Jefatura del Estado, aquella que simboliza la unidad de esta nación y recoge en su persona lo que este país ha sido y es, la ejerciera un monarca y con ello, una Monarquía y sus privilegios.

Y a cambio de ese honor y esos privilegios, una responsabilidad que, sin duda, puede pesar más que cualquier obligación: la ejemplaridad. Ese era el precio y ha resultado demasiado caro. Y la culpa de este fracaso de esta institución del que cada día conocemos nuevos episodios, por mucho que muchos se empeñen, no es de otra persona que de aquella a la que pusimos al frente, el Rey Juan Carlos I.

Podemos cargar contra los restantes personajes de la historia, incluso faltarles el respeto con un terrible machismo, como hace unos días hizo un señor Senador, don Rafael Hernando, refiriéndose a Corinna Larsen como "infame "mujerzuela"", pero, por intenso que sea nuestro empeño en desviar o mezclar culpas y, aunque el objetivo no sea otro que evitar que le llegue más leña al agresivo y complejo fuego al que nos enfrentamos, ocurre que la culpa de un Rey no puede mezclarse, ni sustituirse, por la culpa de los demás, la de todos los demás, la de absolutamente todos los demás, porque es de distinta naturaleza y tiene distintas consecuencias; La culpa de un Rey no es jurídica, la culpa de un Rey es ética. La culpa de un rey no delinque, la culpa de un Rey corroe. Parece que el 2020 ha venido a ponernos, como individuos y como sociedades, frente a nuestra realidad, pues observémosla, no dejemos de observarla.

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