Las culturas

Un Ministerio no debe estar para legitimar la tontuna, sino para luchar por el desarrollo intelectual de su país

La palabra cultura no significa nada. A fuerza de tanto usarla para referirse a cualquier cosa, en toda situación, momento u oportunidad, ha sido vaciada de todo contenido. El otro día, el nuevo ministro de Cultura decía que iba a trabajar "por todas las culturas". Semejante afirmación, tan amplia y globalizante, es índice claro de lo que afirmo. Al tiempo, los matadores de toros, como representantes de una de esas "culturas" ampliamente desacreditadas en muchos ámbitos, se ponían en guardia ante el conocido posicionamiento antitaurino del nuevo mandamás. Y ese es el quid de la cuestión. Al amparo del vocablo "cultura", muchas manifestaciones, creencias, ritos o expresiones, han pretendido -y pretenden- legitimarse en igualdad de condiciones a otras manifestaciones del conocimiento humano, tan decisivas y necesarias para el desarrollo de la sociedad. El diccionario de la Real Academia defiende varias acepciones del término "Cultura" que pueden ilustrar mi reflexión a la perfección. En una afirma que Cultura es el "conjunto de conocimientos que permiten al individuo desarrollar el juicio crítico". Otra complementa a ésta cuando la define como el "conocimiento y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social". En ambos casos hablaríamos de la cultura del individuo, que es la que ha hecho progresar a la civilización de facto, de una forma objetiva. Esta cultura, que es el verdadero conocimiento, engloba la ciencia, el pensamiento y el arte en todas sus manifestaciones. En el otro lado, y según la acepción de la RAE que la define como "conjunto de modos de vida y costumbres", estaría lo que yo llamo la cultura de la tribu. A ella se adscribe la explicación mítica o fabulada del mundo, la superstición y la superchería, y todo el conjunto de ritos, fiestas y tradiciones emanadas de ella que una parte importante de la sociedad sigue practicando por la inercia de la costumbre, la ignorancia, la estulticia o la estupidez. Que en las sociedades contemporáneas desarrolladas, cientifistas y fuertemente tecnologizadas, siga existiendo gente que consuma y practique mitologías, sean cristianas o de otras confesiones, es tan solo un problema de incultura. Una enfermedad que se cura con verdadera cultura: formación y conocimiento. Y desde luego, un Ministerio no debe estar para legitimar la tontuna, sino para luchar por el desarrollo intelectual de su país.

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