Una pica en Flandes

Javier Soriano

Coronel en la Reserva

Una damnatio memoriae en el siglo xxi

Más cercano en el tiempo, son famosos los intentos de Stalin de borrar de la historia a sus enemigos

En nuestro diccionario de la RAE hay vocablos con un origen cuando menos curioso, como por ejemplo "erostratismo", que viene de Eróstrato (ciudadano efesio), e -ismo, y que significa "manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre". Eróstrato fue un griego que en el año 356 a.C. incendió una de las siete maravillas del mundo antiguo, el Templo de la Diosa Artemisa en Éfeso, con el objetivo de que su nombre pasara a la historia. Después de ejecutarlo, las autoridades prohibieron cualquier mención de su nombre, bajo pena de muerte. Aunque a Eróstrato se le condenó al olvido, 24 siglos después, su nombre es un referente como sinónimo de alguien que comete un crimen con el único objetivo de alcanzar la fama. Esta condena al olvido ha sido aplicada con profusión a lo largo de los tiempos. Amenofis IV (o Akenatón), el faraón egipcio que intentó sustituir la religión politeísta por el culto a un solo Dios, fue eliminado de la vida pública y privada por sus sucesores, y todas las inscripciones y representaciones suyas fueron destruidas. Su nombre fue borrado de todos los registros públicos, y se prohibió siquiera mencionarlo. Aun así, hoy en día lo conocemos más a él que a aquellos que ordenaron borrar su nombre. En Roma, la condena al olvido era un castigo reservado a altos cargos, senadores, cónsules e incluso emperadores. El que conozcamos la historia de personajes de esta época que fueron condenados al olvido, evidencia que no se consiguió el objetivo perseguido. Es más, no deja de ser paradójico cómo algunos de los emperadores que sufrieron tal condena, se encuentran hoy día entre los más recordados, como Calígula o Nerón. Más cercano en el tiempo, son famosos los intentos de Stalin de borrar de la historia a sus enemigos. A su muerte, su sucesor, Nikita Kruschev, hizo lo mismo con él, cambiando incluso el nombre de la ciudad de Stalingrado por Volgogrado. Para definir esta condena al olvido, existe una locución latina que es "damnatio memoriae", que significa literalmente "condena de la memoria". El conocer innumerables casos de su aplicación a lo largo de la historia, no es más que una demostración de su escasa o nula efectividad. Por eso, es probable que la aplicación hoy en día una damnatio memoriae al tercio central del siglo XX de la historia de nuestra nación, sólo consiga un resultado final contrario al deseado, y se entienda como un pretexto para imponer una visión ideológica concreta de este periodo histórico, con el presumible objetivo final de adoctrinar más fácilmente a la sociedad, si esta sólo conoce una única interpretación.

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