La delicada ética de la Navidad

Mi Navidad favorita, acaso la de siempre, tiene el delicado sentido ético que desprende el aroma de la cercanía

Llega la Navidad. Un tiempo simbólico, cuyo origen se pierde entre los arcaicos rituales del solsticio invernal, del que se fueron adueñando los dioses de cada época, egipcios, persas, romanos, hasta que el cristianismo lo hizo solo suyo, poco a poco, acomodándolo a sus liturgias magistrales, posiblemente inigualadas por ningún otro credo; conciliando algún siglo, (quizá el IV), primero, que el Niño nació en diciembre; y en otro, (allá por el siglo XII) que era buena idea remedar el hecho con un belencillo alegórico; o más tarde que tampoco estaría mal encarnar como Rey Baltasar a un negrito, (a partir del S. XVI). Aunque llegado el siglo XX, el torrente modernizador del márquetin comercial de una gaseosa expansiva le añadió al invento un Papá Noel y las grandes superficies, advertidas del tirón emocional del ritual navideño. desarrollaron una apabullante industria hedonista de regalos, comilonas, viajes y consumos desmedidos, que han despertado un justificado recelo entre los adultos sobre el sentido ético de la Navidad ?si es que alguno tuviera?, y de participar en la fiesta villanciquera que propone la tozuda tradición.

Yo creo que sí lo tiene. Mi Navidad favorita, acaso la de siempre, tiene el delicado sentido ético que desprende el aroma de la cercanía que percibo entre los humanos del entorno, porque quizá sea la única época del año en que nos esforzamos por saludar a quien te cruzas por la calle y en que no resulta exótico el prodigio de que des o recibas un abrazo, ni de que compartas sonrisas con otra gente de buena voluntad, aunque no la conozcas. No es la mía, esa otra Navidad que se agota en el brillo del arbolito luminoso o del huero oropel y parafernalia colorista, pero sí la del jubilado pausado o el frágil pequeño que, al pasar, se paran a mirar el parpadeo rutilante del arbolado o el escaparate luminoso con una expresión que es más tierna que otros días. Es una sensación, ya digo, de cercanía, que va más allá del acaparamiento religioso de la fiesta, que llega cargada de razones que aceleran el latido emocional de la convivencia. En la que el regalo más codiciado no se encuentre en la cajita aparentosa que pende del árbol, sino en la capacidad, compartida, de aflorar el ánimo solidario, comprometido, impregnado por esa afectividad activa que se reinventa cada día de vivencia navideña, como un festín gozoso para los sentidos. Les deseo felices fiestas.

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