¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Los demonios de Gamoneda

Gamoneda pretende la utopía, esa hermosa palabra que en el siglo XX justificó la muerte de 90 millones de personas

La Revolución Cultural china, impulsada por Mao Zedong entre 1966 y 1976, supuso la muerte de unos tres millones de personas y el encanallamiento de la práctica totalidad de la juventud del país asiático, que fue usada como un ejército de niños del maíz para humillar o directamente asesinar a los profesionales cualificados, maestros, profesores universitarios, escritores, periodistas y, en general, a todos aquellos "pequeñoburgueses" cuya formación intelectual pudiese amenazar la arcadia comunista china. Mientras esto ocurría, en Europa, miles de jóvenes presumían en sus universidades de ser prochinos, al mismo tiempo que liaban sus canutos y se arrimaban deshonestamente a sus compañeros/as. Ya se sabe: pese a la propaganda machacona del sportcapitalismo, la juventud no es precisamente la edad más lúcida del ser humano; todos hemos bebido de su fuente y a todos se nos enciende el pudor al recordarlo.

Bueno, a todos no. Antonio Gamoneda, el ignoto poeta leonés que saltó al estrellato cultural al serle concedido el Premio Cervantes en 2006, según las lenguas viperinas por su amistad con Rodríguez Zapatero, sigue creyendo en las virtudes de las revoluciones culturales para acabar con la "falsa democracia" e instaurar una "verdadera" que acabe con la "tiranía económica" y el "consumismo". No nos cabe la menor duda de que el autor de Blues castellano no pretende someter a la humanidad a un nuevo baño de sangre. Más bien -creemos- imagina un mundo en el que todos seríamos hermanos y compartíamos los bienes que la naturaleza nos ha proporcionado generosamente, lejos del egoísmo capitalista y de las miserias de la partitocracia. Gamoneda, en fin, pretende una utopía, ese hermoso concepto que sólo en el siglo XX justificó la muerte de unos 90 millones de personas. Entre la ingenuidad infernal de los poetas y la humana avaricia de los banqueros no se debe dudar nunca: hay que optar por la segunda.

Durante la juventud, una persona puede permitirse el lujo de leer el Libro rojo de Mao adormecida por el hachís y el erotismo, pero en la honrada senectud y con un Premio Cervantes en el macuto, debe guardarse mucho de repetir las frescas palabras tras las que se esconden los viejos demonios de la tiranía y la escabechina. A no ser, claro está, que el futuro de la humanidad le importe un bledo, lo cual nos parece más que comprensible.

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