La sentencia del procés, como el propio Procés, no es el principio, ni el final, del problema catalán. El final queda lejos. Y es que, el Procés solo ha sido un episodio, quizás el mas triste, de una triste historia de nuestra convivencia y su sentencia la consecuencia de los delitos cometidos por sus líderes. Una consecuencia esperada desde la racionalidad pero obviada desde el delirio, la soberbia y la deslealtad hacia sus seguidores con los que los políticos independentistas prometían lo que sabían que ni podían ni, como nos dice esa sentencia, querían conseguir. Pero ocurre que ese delirio, esa soberbia y esa deslealtad ha dejado el deseo independentista profundamente adherido al sentir de muchos catalanes y ahora, sí no queremos acabar contando décadas de un profundo y paralizante odio aprovechado por populistas y grupos violentos, necesitamos encontrar un camino por el que nos resulte cómodo volver a caminar juntos. Pero también ocurre que frente a lo inmaterial, frente a los sentimientos, solo funciona lo inmaterial. Por eso esta sentencia no es ni el principio ni el final, pues se trata de un hecho con el que se ha reaccionado ante otros hechos, por eso la cuestión catalana es nuestro mayor desafío interno y por eso esta cuestión solo podrá ser superada si el deseo de independencia es sustituido por el deseo de encontrar aquel camino. Y, para que eso llegue, la serenidad, el diálogo y la política resultan imprescindibles. Pero no cualquier política, ni cualquier diálogo, sino solo aquellos con posibilidades de ser eficaces en la difícil tarea de reconocer la dimensión de la situación y sus necesidades, sólo aquellos con los que hubiésemos tenido alguna oportunidad de evitar aquella soberbia. Así, es el momento de la política dirigida por la reflexión, la responsabilidad, la firmeza, la altura de miras y, sobre todo, por la honestidad, pues solo la honestidad pondrá al interés general como mediador y a la importancia de ser un país fuerte, cohesionado y solidario como guía. Solo la honestidad admitirá que Cataluña necesita a España, como necesitaría a la UE, pero también que España necesita a Cataluña y que esa necesidad aumenta conforme lo hacen los retos de este hiperconectado mundo y su complejidad. Solo la honestidad nos dirá que no hay razón para la desconfianza, que unidos somos mas fuertes y que quien no nos haga tener eso presente guarda una victoria en el debilitamiento de ambas partes. Y el momento del diálogo que solo acepta como interlocutor a quien quiera que la tranquila convivencia regrese y que la política independentista deje de ser el lastre propio de la economía catalana. No demos voz a quien pida que se persista en el desafío, o no condene la violencia, porque en sus palabras sólo hay egoísmo pues sabe que su verdadera condena no está en una sentencia sino en nuestro olvido.
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