Comunicación (Im)pertinente

Francisco García Marcos

La dignidad del Lehendakari

Me ofende que pintarrajeen con simbología nazi una estatus de Federico García Lorca en Madrid

Las acciones también comunican, aunque a veces no nos percatemos de ello. Connotan, incluso provocan estados emocionales. Por eso, presa del desánimo, esta semana he querido escribir de muchas cosas y también de absolutamente ninguna. Me exaspera el enésimo baile de cifras, ahora en Cataluña. Aparecen (o desaparecen) personas embutidas (o expandidas) en cifras, conforme a lo que convenga. Siento que vivimos entre una frivolidad coyuntural, que alimenta la sospecha de todos los que gestionan algo. Me encona reencontrarme con la sempiterna duda acerca de si los cuerpos de seguridad son del estado o, en realidad, lo son del rincón más oscuramente facineroso del país. En cualquier otro lugar medio serio, un informe policial que imputa a altos cargos, basado en verdades a medias y datos falsos, se ha de llevar por delante a sus responsables. No es una cuestión política, sino pura salubridad democrática. Me ofende la naturalidad inmediata con la que el Franquismo ha vuelto a nuestras vidas, como un fantasma que azota desde una pesadilla obsesiva. Otra vez las banderitas, otra vez las descalificaciones, otra vez las amenazas, otra vez ni unos, ni grandes ni libres. Huele a óxido añejo, capaz de carcomer todo el armazón de la sociedad. Me hastía que la política española siga siendo una zarzuela bufa, transitada únicamente por manolas gazmoñas y chulapos de medio pelo. Insultos, descalificaciones, exabruptos se suben al estrado, como si estuvieran decididos a olvidarse de problemas más que profundos. El parlamento español tiene aspecto de traje chabacano, demodé y medio apolillado. Me ofende que pintarrajeen con simbología nazi una estatus de García Lorca en Madrid. Primero lo asesinaron y después se empeñan en dejar su memoria como una camisa apolillada. Me estremece que todo eso suceda con más de 27000 muertos encima de la mesa, en pleno luto oficial. Este país parece dispuesto a deshonrar a sus muertos a toda costa, sin escrúpulos, como si estuviera empeñado en despeñarse. Menos mal que cuando llego a ese punto de depresión patriótica siempre salen al rescate mis antiguas lecturas: Giner, Machado Ferrer Guardia,….Hay otra España, más discreta y comedida, pero capaz de actuar con la integridad de Patxi López, recriminando a diestro y siniestro, desde una firmeza cántabra, pétrea y sin fisuras. Fue el jueves, en la Comisión para la Reconstrucción. Gracias, perenne lehendakari, por demostrarnos que aún quedan personas dignas en este dichoso país.

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