Aquello de la dignidad

La gestión de la muerte marca el nivel bioético de una comunidad. La dignidad es la directriz principal

Nos hemos olvidado un poco de la dignidad durante la pandemia. La urgencia por atender el ritmo de la evolución del virus se ha centrado en la gestión de los aspectos sanitarios, económicos y también políticos. Y es lógico que sea así. Es comprensible. Pero también hay que exponer cuestiones de bioética y sobre todo de dignidad. Desde que Cicerón en De Officiis inventara este concepto muchos han sido los debates sobre qué es la dignidad. El más acertado es el de Paolo Becchi que declaró la idea de un mínimo de dignidad para todos, un mínimo de calidad en la existencia, en lugar de una dignidad en términos absolutos o sobrenaturales, previa a la existencia humana. Esa noción, más verosímil, nos vale para reflexionar sobre la gestión de esta crisis. ¿Se está respetando ese mínimo? No puedo desligar de mi mente a todos esos ancianos que han muerto solos y que solos han sido transportados en camiones (ataúd sobre ataúd ) para ser incinerados en otras provincias. Eso me recuerda a las fosas comunes de otra época. No voy a decir que no sean unas medidas adecuadas, ni necesarias ante los recursos disponibles, sino que son deshumanizadas. No encuentro ese mínimo de dignidad para estas personas que han cotizado más de 40 años y que han construido nuestra historia. Más allá de lo justo o lo conveniente, la gestión de la muerte forma parte del nivel bioético de un país. Muchas veces no son los medios, ni las medidas, sino las actitudes. La cultura de la juventud es tan deshumanizante que segrega inevitablemente. Estoy seguro que tras las crisis aflorarán las historias que nos contarán lo que ahora está pasando en realidad y de lo que solo tenemos referencias. Y esas historias constituirán libros, series, películas, donde aparecerán tragedias personales. Cada una de esas historias abrirán el debate sobre la dignidad. Pero ¿qué es eso de la dignidad? Tenemos que seguir planteándolo. Ante tantas definiciones yo creo en una dignidad que en realidad nos haga semejantes. Porque la libertad y la justicia nunca nos hará iguales. Ninguno de estos conceptos puede ser recíproco. La dignidad al menos debe fortalecer la existencia de lo común, puesto que lo común es lo recíproco en esencia. Y cuando hablo de lo común debería hablar de lo público y de Aranguren, del estado de justicia, de eso de que las instituciones deberían ser garantes de la eticidad.

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