Cuando doblan a derrota

El fracaso adopta diferentes rostros. Perder puede ser desesperante, indiferente, incluso divertido

El caos reinaba a su alrededor. En esos días los puertos levantinos bullían de angustiosa actividad. El de Valencia, donde se encontraba, era un hervidero de muchedumbre asustada, perseguida y vencida. El presidente Negrín mordía el polvo en todas las plazas. El sur centro-sur no aguantaba más, la flota republicana había ya desertado y por los muelles alicantinos se paseaban engolados oficiales italianos. Ni él alentaba ya que "resistir es vencer". Estaban a sólo dos días de que las tropas del general Franco controlasen la totalidad del territorio español.

Dejó que sus pensamientos y su mirada pasearan en derredor, como un perro vagabundo. Se detenía en diferentes escenas, brevemente, desafectuado. Como el chucho que, de pronto, detiene su trote, olisquea por unos segundos y prosigue su particular rumbo. No lejos de su posición observó como unos niños jugaban entre unos maltrechos fardos que servían de improvisado equipaje. Disputaban carreras de cuádrigas, unos a horcajadas de otros, resultando siempre vencedor el mismo binomio, el que constituía el chico mayor del grupo y su hermana. Perder constantemente no les hacía a los demás menos atractivo el juego. Al final de cada carrera todos reían con despreocupación y volvían a la línea de salida.

Algo más alejado, fumando un pitillo de liar, sentado sobre un oxidado noray, un anciano flaco miraba al mar. Parecía columbrar los barcos que se aventuraban a salir cargados de refugiados. Sus ojos albergaban la tristeza del apátrida, la decepción del caído y la resignación de quien ya no tiene nada más que perder. De vez en cuando se escuchaba un disparo apagado. Algunos desgraciados no soportaban más la tensión. Caminaban unos pasos y se descerrajaban un tiro en la cabeza. No les culpaba, él mismo había estado tentado a hacerlo, después de embarcar a su familia en un vapor rumbo a Méjico, tres semanas atrás.

Observando su entorno percibió los diferentes rostros del fracaso. Perder podía ser desesperante, indiferente, incluso divertido. Mirando al horizonte creyó que, para algunos, hasta podría suponer la oportunidad de una vida mejor. Lo sacó de su ensimismamiento la bocina de los buques de la compañía Mid-Atlantic. Partían vacíos ante la mirada atónita de millares de personas. Supuso que Juan Negrín no había conseguido cerrar el trato con los británicos. Suspiró y sintió que, en ocasiones, la derrota era sólo derrota.

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