Al parecer, el president Torra quiere querellarse contra don Alfonso Guerra porque don Alfonso, hombre de una sólida cultura, ha señalado las obvias concomitancias entre las ideas del señor Torra -flor nueva de romances viejos- y el nutrido florilegio nazi dedicado a la exaltación de las razas superiores. Es decir, que el señor Torra, heraldo de ese racismo quejicoso y ruin que distingue al nacionalismo catalán, y que podríamos bautizar como torracismo, ha dado en convertir la política, y la propia manifestación de una verdad evidente, en una prolongación del Sálvame. Sin embargo, no es esto lo que hoy queríamos comentar. Lo que hoy queríamos comentar, pasados ya el estupor y el vértigo de la moción de censura, es la oportunidad que el azar le ha brindado al señor Sánchez para devolver al PSOE su estatura y su dimensión nacionales. Oportunidad que pasa, lógicamente, por no desmayar en el asunto del pustch catalanista, y que el nombramiento de don Josep Borrell como ministro de Exteriores nos hace mirar, no sólo con alivio, sino también con ciertas esperanzas.

Decía Ortega que la inteligencia es un don inmerecido, que luego cada hombre debe merecerse mediante su tenaz cultivo. Al señor Sánchez, los dioses han querido premiarlo con una carambola parlamentaria que puede conducir al PSOE a la gloria o al abismo. A la gloria, si es capaz de presentarse como lo que es, un partido social, democrático y español, de carácter igualitario. Y al abismo, si el señor Sánchez cede ante las intenciones, radicalmente antidemocráticas, del nacionalismo catalán, cuya toxicidad, largamente alimentada, hoy padecemos (otro día hablaremos del apartheid lingüístico de la señora Armengol en Baleares). Esto conlleva dos ventajas con las que el señor Sánchez no contaba la semana pasada: si el Gobierno es capaz de sortear las innumerables trabas que se le avecinan, recuperará una parte del electorado que emigró a Ciudadanos, al tiempo que orillaría a su verdadero competidor, el partido del señor Iglesias, cosa que ya ha empezado a hacer, por otra parte, eludiendo su participación en el Gobierno.

Ese es el laurel que la divinidad impone a los audaces. Y qué duda cabe que el señor Sánchez lo es. No obstante, queda por saber cuánta de esa audacia redundará en beneficio de los españoles, y cuánta imprevisión, cuántos errores, irán unidos a ella. Don Mariano Rajoy, en su noble y generosa despedida, lo advertía cautelosamente: "Suerte a todos".

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