La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El don de tu presencia

Pronto se cumplirán 400 años de que Dios, a través de Juan de Mesa, nos diera el don de tu presencia

Primero, a partir del 23 de diciembre, sólo unos segundos cada día. Desde hoy, un minuto más cada tarde. Cuando llegue el hosco febrero -frío y desabrido pasillo hacia la luz nazarena de marzo- habremos ganado una hora de luz a la noche. Para mí, no como imagen simbólica sino como realidad sentida, los días prenden hoy su luz creciente del altar del Señor del Gran Poder en la gloria de su función de Epifanía. Como en el atrio se van encendiendo uno a uno los cirios de los nazarenos que lo escoltan en la Madrugada, como en la Vigilia de Resurrección la luz del cirio pascual se pasa de una velita a otra, así vienen los días, esta noche, a pender su luz del altar de Epifanía -oro, fuego, incienso- del Señor del Gran Poder.

La luz se enciende cuando cae la oscuridad. La tibieza se busca cuando arrecia el frío. El refugio se ansía cuando se vive a la intemperie. La meta se sueña cuando se camina sin rumbo. Y tú, Señor, eres la única luz, el único refugio, la única meta. Se pueden decir en sevillano los versos de Spencer -"el sueño tras los trabajos, tras la tormenta el puerto, la paz tras el combate, la muerte tras la vida dan gran gozo"- si tú, Señor del Gran Poder, eres el descanso de nuestras almas, el puerto que nos abriga de las tormentas de la vida, la paz tras el combate con nuestras angustias y el gozo del encuentro definitivo contigo tras la muerte.

Extiendo mis manos hacia Ti porque eres una candela encendida en una noche fría y me cobijo en las tuyas porque eres, como cantó el salmista, mi roca, mi fortaleza, mi esperanza y mi refugio. Encamino día tras día mis pasos hacia Tí, por esas calles cuyos nombres suenan de forma distinta a todos los otros nombres porque son nuestro sevillano camino de perfección, porque eres espada contra mis enemigos, escudo para mi defensa, vara de virtud para mi remedio, báculo para mi dirección, arca para mi seguridad, árbol para mi protección, columna para mi firmeza, precio para mi rescate, sello para mi libertad y llave del cielo para mi salvación, como cantó ese salmista capuchino del Señor del Gran Poder que fue Diego de Cádiz, cuyas palabras se han repetido cada día del quinario como antes se hacía cada día de la novena, y así desde hace más de doscientos años de los cuatrocientos que pronto se cumplirán de que Dios, a través de las manos benditas de Juan de Mesa, le diera a Sevilla, no diera todos, el don de tu presencia.

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