Es la economía, amigo

Sin servicios y con poco dinero, ¿a quién le extraña que se quede vacía media península?

En los últimos días he publicado en este periódico unos cuantos artículos cargados de espíritu bucólico, cantando las excelencias de la vida en el campo. Están escritos desde una total sinceridad, cantando las maravillas del modo de vida que he escogido para estos años y tal vez para la que me quede. Pero, claro. Yo puedo escribir tales cosas porque aunque vivo EN el campo y cultivo mi tierra, no vivo DEL campo. Para los que viven en el campo y del campo la cosa es bien distinta. En ellos se junta la falta de servicios, a los que he hecho alusión en otros escritos, con la falta de rentabilidad de los cultivos y de la ganadería. Y sin servicios y con poco dinero, ¿a quién le extraña que se quede vacía media península, o mejor, tres cuartos de la península? Vacía o vaciada, qué más da. Se huye de la vida dura y de la vida cercana a la pobreza. Es injusto reprocharlo. Quiero centrarme hoy en la cuestión de la rentabilidad. Es lo que ha hecho que el campo estalle. El problema se viene arrastrando desde hace varios meses. No han sido extrañas las tractoradas. Pero en estos últimos tiempo ha empezado cuando algunos políticos, criticando (a mi entender erróneamente) unas declaraciones del ministro de consumo, apoyaron la industria cárnica de las macrogranjas, tanto de cerdos como de otros animales. El análisis de la situación sacó a la luz no solo los problemas medioambientales que generan, sino que son una competencia desleal a las explotaciones familiares que difícilmente pueden soportar el aumento de costes de su sistema de crianza. A eso se unen los bajos precios que exigen los que compran sus productos, posición dominante que he comentado en otros momentos: es la famosa frase de "a cómo está" la leche, los corderos las almendras o el aceite, precio al que tienen que plegarse los productores. Creo que este sistema de comercialización es el núcleo del problema de la despoblación. Matarse trabajando y no verse recompensado es una situación muy penosa. A todo esto se une la postergación de la propiedad de los agricultores, subordinada a otros intereses que poco tienen que ver con ellos: en estos días están lloviendo, no aguas, sino auténticas expropiaciones por causas de "interés social": por ejemplo, el nuevo trazado de líneas de alta tensión, o la implantación de nuevos campos solares. Son el burro de los palos. Tal vez haya que dedicarle alguna que otra reflexión a este asunto.

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