Un poco de ecuanimidad, por favor

Paciencia como capacidad de resistir y ecuanimidad como virtud de no perder la calma son fundamentales para quien se dedica a la cosa pública

Según El ánimo sereno, la capacidad de mantener equilibrados los platos de la balanza emocional y moral en toda ocasión, se llama ecuanimidad, del latín "aequanimitas". A ella se refería Plinio cuando escribía que la paciencia consiste en aguantar la adversidad con calma ("Patientia est malorum cum aequanimitate perlatio"). Paciencia como capacidad de resistir y ecuanimidad como virtud de no perder la calma son fundamentales para quien se dedica a la cosa pública. Paciencia, serenidad, juicio calmado que no se deja llevar a los extremos o que pronto regresa de ellos, son virtudes estoicas cuya presencia revela al sabio igual que su ausencia desvela al necio. Deberíamos exigirle a todo responsable político que guarde las formas, se conduzca con un ánimo sereno y, sobre todo, no se deje llevar por la irracionalidad ni la auspicie: con independencia de quiénes lo hayan elegido, tiene la obligación de trabajar por la totalidad de sus administrados.

Siempre hay motivos para sentir sobre la cerviz el peso ominoso de la espada de Damocles: quien votado llega al poder, botado puede salir de él. No me parece buen político el que más vocifera, sino el que mejor dialoga pero está claro que para dialogar hacen falta simpatía y empatía, la capacidad de sentir en conjunto con el otro o, al menos, de ponerse en su caso. Sin estas cualidades, la comunicación se vuelve monólogo inflexible, discurso más orientado a sublevar los ánimos que a conciliar las voluntades.

¿Nos invade alguien? Sabedor de la que me va a caer encima, diré que no me lo creo. Una invasión requiere el uso de la fuerza o implica la ocupación irregular o anormal de un territorio, como nos muestra el verbo latino "in-vado", que viene a señalar el movimiento hostil contra alguien o el apoderamiento no consentido de su voluntad. Miles de personas intentan entrar en España porque les han abierto la frontera para que se estrellen; millones de personas esperan a entrar en España en cuanto se les abra paso. Los primeros buscan una vida mejor; los segundos, un relajo de su vida diaria. Los primeros no son turistas; los segundos no son expatriados. Ni unos ni otros nos invaden. Para mí, la peor invasión es la de los políticos que prenden sus petardos verbales porque, o bien han perdido la ecuanimidad, o bien necesitan que la perdamos. Nos invaden las hordas de la incontinencia con las armas de la imprudencia. Defendámonos.

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