La esquina
José Aguilar
Una querella por la sanidad
Más de una vez hemos comentado el uso de palabras engañosas en la alimentación. No solo en esta columna, claro, ya es un tópico criticar el uso de nombres como gastrobar o kilómetro cero y, sobre todo de apellidos: casero, saludable, orgánico, de la abuela…o sostenible, el calificativo de moda.
También se han criticado en numerosos foros los hábiles engaños en la publicidad de productos que incluyen mensajes para hacer creer al consumidor que son saludables, cuando en realidad no lo son: sin gluten solo es saludable para los celíacos; sustituir el azúcar por miel o jarabe de algo no hace un alimento más sano; un zumo de naranja, aunque sea recién exprimido, no es lo mismo que comerse una naranja…además, esos señuelos consiguen que se consuma más cantidad de ese producto “saludable” sin que nos fijemos en el resto de ingredientes.
Por ejemplo, si sustituimos un dulce que nos gusta por otro igual pero “light” comemos más cantidad, con lo que es peor el remedio que la enfermedad. A esa técnica y sus consecuencias le han puesto nombre (lo raro es que no se le hayan puesto en inglés): “efecto halo”, que es percibir que algo es bueno para nuestra salud aun sin haber evidencias de que sea así o incluso existiendo pruebas de lo contrario. Puede incluso hacernos pensar que, dentro de una mala alimentación, si incluimos un alimento «saludable» contrarrestará los excesos de dulces, copas, refrescos y picoteos varios.
Además, según algunos estudios publicados, el efecto halo suele desplazar comportamientos o alimentos que sí son saludables. La defensa eficaz contra el efecto halo es leer las etiquetas y ser conscientes de que la industria resalta ciertas características de un producto para atraer al consumidor. O sea, que solo es una estrategia más de venta, nuestra salud le importa un pepino.
Si quieren algo dulce y saludable, coman ahora melocotones de El Saltador (Huércal Overa) que, a la chita callando, les están ganado de largo a los famosísimos de Calanda, que son más grandes, bien presentados y con gran aroma, pero casi insípidos.
Incluso están mejor que los de Guadix, que tienen buena fama, con razón, porque también están más dulces que los aragoneses, pero no tanto como los pequeños y coloreados de Huércal Overa.
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