El callejón del gato

La entrevista del Vicepresidente

En España tenemos sobrada experiencia de las nefastas consecuencias producidas por fanáticos nacionalistas

Confieso que la entrevista de Pablo Iglesias con Gonzo no la vi en directo porque últimamente selecciono las intervenciones de los políticos y a Pablo Iglesias, como se suele decir, lo tengo muy visto. Lo cierto es que la única que despierta mi interés del grupo de Podemos es la ministra de Trabajo Yolanda Díaz que, cuando habla, se limita a tratar sobre la materia que le corresponde, y me parece que sabe de lo que trata. Pero volviendo a la entrevista del vicepresidente, ha sido inevitable verla reproducida en telediarios dando cuenta del disparate que soltó, comparando la escapada de Puigdemont a media noche, en compañía de cinco miembros de su gobierno a Bruselas, donde vive a cuerpo de Rey, con los exilados republicanos, cuyas imágenes, tratando de atravesar la frontera francesa, son aterradoras. La condena ha sido unánime y poco tengo que añadir a las múltiples versiones, de palabra y por escrito, que se han pronunciado reprobando lo dicho por Pablo Iglesias. Sobre lo que voy a tratar es de su comportamiento cuando los periodistas le preguntaron su parecer a cerca de su desafortunada intervención. Vemos a un Pablo Iglesias prepotente despachándose con dos frases que me llamaron la atención, antes de escabullirse del acoso periodístico. La primera es un tópico utilizado con frecuencia por quienes se consideran superiores, diciendo que a él nadie le da lecciones. No estaría de más que recibiera alguna lección sobre la diferencia que existe entre un fugado de la justicia, presuntamente culpable de un delito de sedición tipificado en el código penal vigente en el estado democrático del que forma parte como vicepresidente, y una multitud de exilados perseguidos a muerte por quienes dan un golpe de estado a un régimen legalmente establecido. La segunda frase la interpreto como un mensaje a posibles electores catalanes, diciendo que él no estaba dispuesto a criminalizar el nacionalismo. Nadie ha tratado de criminalizar el nacionalismo. Tanto es así que en el Congreso de los Diputados hay nacionalistas que ocupan su escaño, se expresan con absoluta libertad y perciben una generosa remuneración. Lo que no puede ser el nacionalismo es una eximente para aquellos delincuentes que, en su nombre, se saltan las leyes a la torera. En España tenemos sobrada experiencia de las nefastas consecuencias producidas por fanáticos nacionalistas que no ponen límite a la ley para conseguir sus fines patrioteros.

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