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La segunda entronización de Trump fue todavía más esperpéntica e hilarante que la primera. El mandatario estadounidense confeccionó un sequito con lo más ridículo y bufo del Planeta; también con lo más enceguecidamente peligroso. Allí se departieron plácemes y congratulaciones a personajes tan lamentables como Javier Milei, Giorgia Meloni, Elon Musk, Nayib Bukele, Daniel Noboa, Mateusz Morawiecki o nuestro Santiago Abascal. Se quedó en casa, pero estuvo en espíritu, Viktor Orban. Las contribuciones a la Humanidad de todos ellos causan escalofrío. Lo peor del asunto es que no son casos aislados, sino que conforman una corriente consolidada y extensa que, además, ahora cuenta con su gran referente al mando, ni más ni menos, que presidiendo los Estados Unidos. Si estos son los modelos en los que va a inspirarse el futuro inmediato, los ciudadanos medios podemos empezar a temblar desde ahora mismo. No obstante, el gran protagonista, por la naturaleza de los actos y por el perfil del sujeto, únicamente podía ser Trump en su vuelta a la Casa Blanca. Solo un país como Estados Unidos puede permitirse un ridículo tan chocarrero y estridente como el que acarrean los espectáculos públicos de Trump: las firmas de decretos con rotuladores permanentes en un pabellón deportivo, los contra-sermones a la obispa que lo había sermoneado, las ruedas de prensa confundiendo a los estados, esos gestos mixtos entre vendedor callejero de hamburguesas y patrón de sicarios.
Con esas imágenes todavía calientes en el recuerdo, el Congreso español derrotaba la propuesta ómnibus presentada por el Gobierno. La primera y más inmediata consecuencia de ese desastre parlamentario ha recaído ya sobre los pensionistas y los usuarios de transporte público. No afecta, claro está, ni a los mayores multimillonarios ni a los dueños de vehículos de alta gama con chófer a sueldo; tampoco a los coches oficiales que costean nuestros impuestos. Para el gobierno es una irresponsabilidad de la oposición. Curiosamente, se cargan las tintas contra el PP (que estaba ya en la oposición), pero no tanto sobre Junts (que parece decidido a chaquetearlo).
La oposición, por su parte, se queja de que el Gobierno presentaba una propuesta a la que se habían agregado otras medidas con las que no estaban de acuerdo. Dicho de otra forma, se ha recurrido a los pensionistas y a los usuarios del transporte público como escudo, tras el que camuflar otras leyes. Y no han estado dispuestos a que colara.
Cuando un ciudadano de a pie ve estos juegos, tan desconsiderados e insensibles con sus necesidades más perentorias, lo mínimo es quedarse perplejo. Una mirada mínimamente desapasionada al asunto no se sostiene ni para los más fieles seguidores de un color político.
En esa coyuntura, que se repite a diario, tampoco es tan raro que calen los mensajes de Trump y sus acólitos. Decididamente, en Whasington solo ha faltado Díaz Ayuso.
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