No hay envidia sana

Hoy traigo malas noticias; ser buena persona no es compatible con sentir envidia. Les cuento por qué

Cuentan que el primer consejo que le dio Churchill a un joven parlamentario que iniciaba su andadura política fue que prestase más atención a los que se sentaban junto a él. Sus peores enemigos se contarían más entre los compañeros de partido que en las filas rivales. En otro contexto y con igual clarividencia decía Konrad Adenauer, canciller alemán considerado unos de los padres de la unión europea, que: "Hay tres tipos de enemigos: los enemigos a secas, los enemigos mortales y los compañeros de partido". ¿Cómo se explica que entre nuestros allegados surjan los peores deseos? La envidia es la causante de un buen número de estas desgracias.

Hay ocasiones en las que se utiliza el término "envidia sana". Considero que tal extremo no existe. Me recuerda a cuando el país estaba en recesión y nos hablaban de "crecimiento negativo". Si alguien nos resulta un modelo a seguir y nos alegran sus triunfos hablaríamos de admiración.

No comparto, tampoco, las teorías con las que la psicología evolutiva trata de explicar los orígenes de esta emoción. En un ambiente competitivo es natural tratar de tener más recursos que el vecino siempre que eso garantice mejor tu supervivencia. Pero eso no es envidiar. La envidia es mucho más pestilente. Es desear que al otro no le marche bien y si es posible, hacer lo posible para que esto ocurra. Esto difícilmente se reconoce ante nadie, puesto que además de ser reprobable a nivel social puede proyectar una imagen de inferioridad. Pero existe y es una constante en muchas criaturas desgraciadas. Particularmente dañina es la situación donde el envidiado se sitúa en una escala jerárquica laboral inferior al envidioso. Pueden surgir ahí numerosas conductas que acaben constituyendo un verdadero acoso laboral.

Pero el mejor momento del envidioso llega cuando el envidiado fracasa. Las leyes naturales de la vida hacen que todos pinchemos con relativa frecuencia pero el envidioso, en su infinita negrura, lo considerará un reconocimiento de su posición. "Si ya lo decía yo, si estaba claro que no lo iba a conseguir." Frases de este tipo, acompañadas además de ese tinte agorero, surgirán por la boca (aquí no podrá reprimir el gusto) del pobre diablo envidioso.

Hace un tiempo se lanzó un fármaco estupendo para la envida. Envidiosol se llamaba y lo anunciamos en esta columna. Sigo prescribiendo lo mismo advirtiendo, eso sí, que la mala baba no tiene cura.

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