La cuarta pared

La escalera de Jacob

Vivimos en la era de la seguridad total. Y eso nos convierte en una especie vulnerable ante cualquier situación adversa

Estos últimos días hemos vuelto a ser testigos de algo que empieza a convertirse en tradición. Los movimientos alentados por un populismo al alza florecen en tre-mendistas performances de aparente generación espontánea, pero que curiosa-mente siguen unos patrones sospechosamente similares.

Llámese "rodea el congreso", el asalto al capitolio americano, o la reciente toma de Brasilia por los díscolos anti-Lula, estos idénticos eventos nos regalan espectáculo y minutos de tertulia y telediario en los que se tratará el asunto con hiperbólicos calificativos de asalto a la democracia o de saludable ejercicio de derechos civiles de los ciudadanos, según la tendencia del asaltante de turno. Nada nuevo, nada por descubrir y nada que decir al respecto.

Pero viendo en los medios las imágenes de la toma de los edificios gubernamentales de Brasilia, reconozco que me he quedado anonadado con algunos detalles, que trascienden la moya política y sociológica que como digo, para mí ya roza el aburri-miento.

Brasilia, es una ciudad planificada, construida sobre las bases de la filosofía urba-nista del movimiento moderno. Uno de esos utópicos experimentos regados con di-nero a espuertas, en los que se dio rienda suelta al urbanista Lucio Costa, al paisa-jista Roberto Burle Marx y al Arquitecto Oscar Niemeyer, para que, sobre un árido lienzo en blanco, sentaran las bases de lo que debía ser la ciudad administrativa ideal. Con una traza en forma de ave, con su eje monumental, y sus esponjados barrios residenciales, esta sería el paradigma de la democracia, la racionalidad y la arquitectura al servicio de las personas y de su calidad de vida. Por supuesto, como casi siempre, la realidad construida dista mucho de su esencia germinal. Guetos y favelas se entremezclan con grandes áreas gubernamentales y distancias a la es-cala del automóvil y con fastuosos equipamientos administrativos que basan su es-plendor en la pureza geométrica.

Ver a centenares de personas subir la rampa del Congreso Nacional sin una sola barandilla con una caída de al menos 7 o 8 metros me ha roto los esquemas acos-tumbrado en los proyectos de hoy a justificar el cumplimiento de la seguridad de utilización hasta lo indecible.

Vivimos en la era de la seguridad total. Y eso nos acaba convirtiendo en una especie indefensa y vulnerable ante cualquier eventualidad o situación adversa. Si no nos asomamos al precipicio, llegaremos a creer que este no existe.

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