Carta del Director/Luz de cobre

Los escalones de la crisis de la diócesis

El Juego de Tronos que nos han brindado estos días el Obispo y el Obispo Coadjutor ha sido una lucha descarnada por el poder

"Los mortales, a lo largo de su vida, terminamos haciendo honor a nuestra imperfección, sobre todo cuando se trata de los asuntos de poder", le dijo Alvar. Le daba la sensación de que muchos en vez de esforzarse en acercarse al modelo de Cristo, se dedicaban a recorrer el camino contrario. No era extraño que el prior Don Leandro pudiera haber caído en semejante trampa. Su carácter siempre lo había inclinado en esa dirección y no parecía haberle puesto contención alguna. "La fe en el Señor y la ambición personal no conjugan bien", se lamentó Alvar. Este es un pasaje del último libro de Fernando J. Múñez, "Los Diez Escalones". Un thriller de época que se desarrolla en una abadía ficticia, en la que los personajes se enfrentan a los demonios más antiguos que aún perviven entre nosotros: los prejuicios, las ideas más o menos racionales y los dogmas inamovibles.

La crisis de la Diócesis de Almería, que aún da sus últimas bocanadas y de la que desconocemos el final, tiene un poco de todo ello. Hasta es posible que, con el paso de los años, un buen escritor sea capaz de documentar lo acontecido en estos meses, aunque ya viene de largo, y pueda esbozar un bestseller de intrigas que haga las delicias de millones de lectores.

La realidad siempre supera la ficción. Y el "Juego de Tronos" que nos han brindado estos días el todavía obispo, casi sin funciones y el obispo coadjutor, con mando en plaza, tiene mucho de lucha descarnada por el poder, sin contemplaciones y de caiga quien caiga, y poco de cualquier cultivo y propagación de la fe que predica Jesús. Aireadas y expuestas han quedado todas las "vergüenzas" de aquellos pastores de la Iglesia, salvadores de almas y de caminos, a la búsqueda de aplicar el modelo de Cristo, que han dado paso a una lucha sin cuartel, con peones de brega, soldados de a pie y muñidores cercanos al poder, -toda una legión-, que han susurrado al oído de unos y de otros, a conveniencia, para hacerse con el 'báculo obispal' sin importar el precio. Puedo entender que esos escalones que han debido subir, peldaño a peldaño hasta la cima, forman parte de las debilidades humanas. Lo que me decepciona como cristiano es la paupérrima imagen que han ofrecido a todos sus fieles, que somos casi todos, el escaso pudor y el menor recato en ventilar todos los trapos sucios acumulados durante años, arrumbados en lugares recónditos y escondidos de la memoria o la diócesis, -elijan ustedes- y a partir de ahí, a embarrar.

Y ya puestos, y proyectadas al exterior todas las debilidades humanas, no estaría demás que se hicieran públicas, para conocimiento de los fieles, las causas del cambio de obispo a cinco meses de su jubilación, abriendo de par en par la puerta de atrás para su salida. Triste. Conociendo el mundo en el nos movemos, siempre en silencio y con las manos escondidas en las mangas de la casulla, un error de incalculables consecuencias.

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