No tienen quien les escriba

¿Quién tiene que le escriba para bien, por derecho y sin pagarlo, sino los poetas, y solo de siglo en vez?

Aunque, ¿quién tiene que le escriba para bien, por derecho y sin pagarlo, sino los poetas, y solo de siglo en vez? O, dicho a lo llano, ¿realmente los empresarios no tienen quién les escriba?, ¿nadie que defienda su maltrecha reputación? La cuestión, que no es anecdótica, me recuerda aquel chascarrillo del "tan listos para unas cosas y tan…", de tan frecuente uso conyugal ante la legendaria torpeza varonil en desafíos caseros. Un dicho popular que acabó confirmado por las nuevas teorías sobre las inteligencias múltiples de Gardner, tanto para los individuos como para los colectivos, al analizar los vaivenes pendulares de aciertos y torpezas, casi inexplicables. Por ejemplo, cómo explicar que gente tan talentosa en lo suyo, como esa colla del fuste del Florentino Pérez y la decena de super galácticos que propusieron la Superliga futbolera, no previera las reacciones opositoras de hinchas o chupópteros del actual sistema, para asegurarse una acogida popular favorable, creando un estado de opinión sensato y acogedor. Pues eso, tan listos para unas cosas y… Pero más inexplicable aún es que ese tipo de inepcia operativa, al cabo ocasional, alcance dimensión sistémica, o sea que quepa predicarla también del conjunto gremios empresariales, de suyo emperezados en una abulia de sus órganos rectores, que se supone velan por la buena imagen corporativa de sus afiliados: me refiero a Colegios Oficiales, a Cámaras o "Asempales" de turno, entidades que se supone concitan intereses y valores meritocráticos y, sin embargo, viven silentes y apabulladas en esta sociedad mediática de la apariencia, indolentes sobre el (des)prestigio de sus gremiales. Sin crear conciencia social, con marchamo de cultura común, de que al cabo son ellos, los empresarios, profesionales liberales, rurales o urbanitas, modestos autónomos o emprendedores, cada con su toque de audacia y esfuerzo, los que, con su ingenio, crean los millones de puestos de trabajo que luego se apropian los políticos. Los que traen progreso, elevan el PIB y el bienestar del paisanaje. Los que, como decía Schumpeter, son el auténtico motor del desarrollo y merecen el aliento del conjunto social que les anime a sentirse orgullosos de su papel de locomotoras de prosperidad. Por eso, crear esa conciencia, incompatible con la cultura del subsidio abusivo o rentista, es un imperativo del opinar en público, en el que hoy, me reafirmo. Y gratis.

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