La espada salvaje

No se podía montar al mismo tiempo en las oficinas centrales de montaje

Acción. En cada película hay un mundo inabarcable. Antes eran las manos y las tijeras las que cortaban el film, la película, en la separación exacta entre fotograma y fotograma. Primero se pegaban con acetona y luego llegó la revolución total, el papel celo. Se miraban al trasluz, se numeraban los fotogramas, se guardaban en rollos, se pasaban por la moviola, se realizaba un copión. Un copión, una propuesta de montaje de lo que se había grabado, perdón, filmado, esa semana. Un copión, es decir, varios trozos de film, de película, unida con papel celo. Y lo hacían los montadores, en cuartos de limpieza de hoteles, en el mismo sitio donde se rodaba la película y en un cuarto de al lado hacían músculos los actores. No se podía montar al mismo tiempo en las oficinas centrales de montaje ya que habría sido necesario mandar los rollos a cientos o miles de km de distancia y luego ver el resultado a los mismos cientos o miles de km. Así que todos, director, actores, especialistas, ayudantes, montadores, estaban juntos en algún sitio cercano a lugar del rodaje y se actuaba, filmaba, montaba y visionaba todo el sitios cercanos. Tampoco se podía esperar a tener todas las tomas filmadas ya que de esta forma se podían tomar decisiones sobre la marcha respecto a si se debía o no repetir una escena, hacer otra o filmar la escena de otra manera. Pero primero había que positivar el film, mirarlo en la moviola, cortarlo, pegarlo con celo y montarlo para poder visionar en un proyector y decidir. El mito que lleva años y años después a analizar cada escena en una pantalla plana y en un disco Blu-ray a miles de zumbados provenía de horas y horas de trabajo en cuartos de limpieza de hoteles, en oficinas de montaje sin parar a comer, con decenas de montadores y productor o director con puro mirándolo todo. Todo esto nos lo contó María Luisa Pino, una señora, ahora mayor, que usted podría encontrar en una tienda, en una cafetería, y que no podría sospechar que por sus manos han pasado los fotogramas de Conan el bárbaro, los efectos de La historia interminable, a la que Charlton Heston ni siquiera respondió cuando se comía un huevo duro en su jardín todos los días, a la que Kirk Douglas regaló un afiche firmado. Ahora dice que no es capaz de poner un dvd para ver una película. Que no tiene discos duros pero tiene la cabeza de un dragón de La historia interminable en su casa. Corten.

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