Comunicación (im)perinente

Francisco García Marcos

El esperpento como patrón político

El mundo adopta medidas para enfrentarse a la pandemia de la mejor manera que puede, o que sabe

Hay mensajes que son como una letanía colectiva, fatua y mortificadora. Vuelven de la oscuridad del olvido, arrostrando cadenas que suenan atávicas entre las meninges de una sociedad atribulada. Hace justo un siglo, Valle-Inclán acuñó la poética del esperpento, con un asombroso rendimiento narrativo y dramático. Lo ridículo, lo grotesco, incluso la fealdad, ejercían de bisturí connotativo mediante el que diseccionar críticamente una sociedad patética y trágica, al menos desde el prisma del literato. Hoy, probablemente, Valle-Inclán no pasaría de escritor realista, de pasante literario de la realidad, habida cuenta de que la sociedad es directamente esperpéntica. Hace apenas unas semanas, los científicos españoles recordaban que ellos son los depositarios del conocimiento sobre la pandemia, aunque lamentablemente no puedan decidir sobre cómo gestionarla. Era una severa advertencia a la clase política que, en todo caso, merecía haberse hecho extensiva más allá de ella. El jueves pasado, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid paralizó el confinamiento de esa comunidad en los términos dispuestos por el gobierno central. Una vez más, y también de forma poco comprensible, aspectos transcendentales de la gestión sanitaria se decidían muy lejos de sus estrictas competencias profesionales. Además, todo ello sucedía en la víspera inmediata de un puente festivo, con más que previsible éxodo capitalino hacia el resto del país. Las voces de alarma han clamado desde todos los rincones de la Península. En otros sitios se actúa de manera ostensiblemente distinta. Jacinda Ardem movilizó al ejército para garantizar el confinamiento de Auckland. Bruselas o París han cerrado a cal y canto. La Habana devolvió a sus ciudadanos a casa en cuanto empezó a asomar la segunda ola de contagios. En Nueva York se ha retrocedido hasta fases más restrictivas. Italia nunca abandonó por completo la excepcionalidad después del verano. El mundo adopta medidas para enfrentarse a la pandemia de la mejor manera que puede, o que sabe. España parece empecinada en aportar una excepción incomprensible , siempre en función de la coyuntura entre la que discurra el juego político, del momento de gloria que se arrogue un agente social (el TSJM, sin ir más lejos), del viento que sople al interpretar las estadísticas y haga que aparezcan, o desaparezcan, algunas cifras. España es un esperpento digno del mejor Valle-Inclán. Por desgracia, esto no va de literatura, sino de enfermos, sanitarios desbordados, una profunda crisis social, institucional y económica.

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