El estanque y la piedra

Por ingenua que nos parezca una conducta es necesario saber que puede llegar a adquirir un enorme significado

Imaginen que una tarde cualquiera del estío, huyendo de la agotadora canícula, pasean hasta llegar a una tranquila playa, un estanque o una balsa. Sus ojos alcanzan a ver una piedra, distraídamente la cogen y la lanzan contra la superficie del agua. Irremediablemente esta se verá perturbada por una secuencia perfecta de ondas que bailan armónicamente entre sí. El pequeño oleaje tenderá a cero pero en su recorrido se habrán producido grandes oscilaciones visibles y también otras imperceptibles a nuestros ojos. Sí habrá, fíjense, seres capaces de seguir captando esas vibraciones que aún insignificantes para nosotros podrán resultar trascendentes para ellos. Piensen en un pez, un insecto o un renacuajo. Y la piedra, no lo olviden, toda vez que desaparece de nuestra vista continuará propagando energía en su descenso hasta que toque fondo. Resultará imposible saber dónde cayó pero pudiera tanto quedar enterrada en la arena como descubrir algún tesoro que estaba a punto de aflorar. Podrá dañar, en mayor o menor medida, algún ecosistema de plantas submarinas o reposar en un lugar que luego sirva como refugio para otras especies.

Gianni Rodari, escritor y periodista italiano analizaba de un modo similar el efecto que producía una palabra lanzada hacia la mente de quien nos escucha o nos lee. Yo les propongo que dediquen un par de minutos a trasponer este ejercicio en su representación emocional. ¿Cómo impacta cada gesto, cada palabra y cada acto en el mundo emocional propio y ajeno?

Por ingenua que nos parezca una conducta es necesario saber que tanto en el otro como en nosotros mismos puede llegar a adquirir un enorme significado. Así un beso o un desaire, un halago sincero o un insulto tienen capacidad para perturbar, modificar o influir tanto la superficie como inconscientes profundidades del aparato mental. En el ser humano ocurre, además, que ese efecto tiene potencial para amplificarse e influir en las personas cercanas.

Se trata así de cobrar consciencia de nuestra capacidad para generar cambios en nuestro entorno, cambios que pueden seguir teniendo ecos en vidas colindantes. Si alcanzáramos a asumir la responsabilidad de dejar las cosas un poco mejor de lo que las encontramos, si quisiéramos que nuestra huella en los demás fuera beneficiosa y sanadora hemos, necesariamente, de cuidar qué hacemos y qué decimos. Cojamos nuestra piedra, lancemos bien y no miremos a quién.

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